A pesar de las súplicas, nada pudimos hacer para evitar que doña Monsi acabara cumpliendo su amenaza. Tal y como había anunciado, el martes a las ocho en punto de la mañana, ni un minuto antes ni un minuto después, le comunicó a Carmela que estaba "totalmente" despedida.

-¿Es que acaso se puede estar despedida por trozos? -preguntó Úrsula, indignada con la presidenta, que lo hizo con una frialdad inusitada y sin remordimiento alguno.

Aquella escena fue mucho más lacrimógena que la de Meryl Streep bajo la lluvia en "Los puentes de Madisson". En el momento en que Carmela cruzó la puerta del edificio y se marchó calle abajo, la Padilla casi muere asfixiada porque se le atragantaron unas cuantas palabras malsonantes en la garganta que no llegó a pronunciar por temor a que la presidenta se enfadara y decidiera subirle la cuota de la comunidad.

La despedida fue un verdadero drama. María Victoria cayó desmayada al suelo del disgusto y, en la caída, se partió una de las paletas, con lo que se ha dejado puesta, de forma permanente, su inseparable máscara antigás, por lo menos hasta que le den cita en la consulta del dentista. De los nervios, Xiu Mei empezó a hablar en chino y Bernardo, su marido, tuvo que darle un beso en toda la boca para ver si se callaba. Santo remedio. Ella no volvió a hablar más, pero se pasó todo el rato mirándole con cara de "vamos-a-casa-que-te-voy-a-enseñar-chino-mandarín".

La más afectada de todos era Brígida. La pobre mujer no podía parar de llorar y su hermana estuvo a punto de echarle en cara que lo estaba dejando todo hecho un asco con tanto moco, pero, al final, se contuvo porque no quería hurgar en la herida.

-No sé por qué se ponen así. Yo avisé. Dije que si no terminaba con las pelusas, se iría a la calle. Y eso es lo que ha pasado. Bastante paciencia he tenido con ella -se justificó doña Monsi.

Al final, todo el lío se montó por culpa de Balduino, el fantasma okupa que llegó al edificio desde el más allá, atraído por el polvo de las pelusas, y Carmela, aterrada por su presencia, había sido incapaz de entrar al cuartito de la limpieza a coger la fregona, con lo que doña Monsi declaró la alerta roja por suciedad extrema.

-Pero ¿no se da cuenta de que esto se va a poner peor? -le advirtió Úrsula-. ¿Quién va a limpiar ahora?

-Ustedes -anunció doña Monsi.

-Lo que nos faltaba por oír. ¿Pretende que los vecinos nos hagamos cargo? ¡Vamos, hombre! -se quejó la Padilla.

-No empiecen con la retahíla porque acabarán haciéndolo. Ya verán.

-Por encima de mi cadáver. Nunca traicionaríamos a nuestra Carmela, todavía de cuerpo presente. ¿Verdad, compañeros? -nos preguntó Úrsula.

-Pago a 15 euros la pelusa -interrumpió doña Monsi.

Nadie contestó. Había que decodificar aquellas seis palabras.

-No se hagan los tontos. Han oído bien. Por cada pelusa que eliminen se llevarán un dinerito -aclaró mientras se alejaba de vuelta a su piso.

-No podemos hacerle esto a Carmela -avisó Brígida.

No hubo respuesta.

-Señoras, apártense -dijo Eisi, que se lanzó al suelo a la caza de dos pelusas que merodeaban por la zona.

-No puedo creer lo que estoy viendo -se indignó Brígida, y, en ese mismo momento, como si alguien hubiera gritado "preparados, listos, ya", todos salimos corriendo en busca de las codiciadas pelusas.

-¡Ursi, ya tengo una! -gritó Brígida a su hermana.

-¿Eres imbécil? Ponte las gafas -le recriminó la Padilla-. ¿No ves que es un adorno de mi chola?

En medio de aquel barullo de gritos y codazos, Bernardo y Xiu Mei llegaron en ascensor.

-Vecinos, nos vamos a pasar nuestra segunda luna de miel a Fuerteventura -dijo el taxista, besando a su esposa, que ya no hablaba en chino ni en nada. Mantenía los labios sellados para recibir los constantes besos de su amado.

-Ahora entiendo por qué la llaman de miel ¡Qué empalagosos estos dos! -dijo Úrsula con cara de repugnancia.

Y así nos hemos pasado toda la semana: recogiendo pelusas, con Balduino, el fantasma, pisándonos los talones.

El edificio está como los chorros del oro y mañana es día de pago.