Existen dos formas fantásticas de regresar de la muerte: por intercesión divina o por la magia negra. En el primer caso eres un dios o su amigo. En el segundo un zombie como los del "Thriller". Cuando el domingo se abrieron las puertas del sepulcro de Ferraz y entró el resucitado Pedro Sánchez, nadie sabía clasificarlo.

Para empezar no olía. Es decir, no olía mal. El aroma dulzón a descomposición que flotaba en el ambiente de Ferraz no era suyo sino del partido. O tal vez de los trabajadores del partido que ya se estaban esperando el finiquito, con despido acogido a la reforma laboral porque el PSOE lleva dos ejercicios de pérdidas consecutivas. O lo que es lo mismo, dos estampidos electorales.

Sánchez entró en la sala Ramón Rubiales en olor de multitudes. Pero la militancia que estaba en la sede era limpita. En eso también quedó mal Susana Díaz que se esperaba una acampada de perroflautas con grasa de caballo en las trenzas y peste a pachuli. Y nada de eso. El resucitado apareció con una sonrisa de tiburón donde cabían todos los barones socialistas puestos en fila india. Y con una enorme modestia, porque del más allá se viene lloradito, como dice Clavijo, afirmó que aquello no era el fin sino el principio. Dijo que va a cambiar el PSOE que no lo va a reconocer la madre que lo parió. O sea, refundar un partido con siglo y medio en las espaldas. Una cosa sencilla. Y lo dijo mientras la gente le vitoreaba.

Para venir de la tumba, Sánchez estaba impecable. No tenía una venda más alta que otra. Detrás de él estaba esa feliz turbamulta que siempre acompaña a los que salen del sepulcro, extasiada por el milagro. Ante ellos dijo Sánchez eso de hacer del PSOE un partido de izquierdas de verdad. Lo cual quiere decir que hasta ahora ha sido mediopensionista. Y ser de izquierdas, naturalmente, es subir los impuestos a los que tengan un sueldo de estibador, hincar el diente a las grandes empresas morcillonas, pagarle a todo el mundo un salario por el hecho de estar en este valle de lágrimas y ayudar a los catalanes a quitarse de encima el pesado lastre de ser solidarios con la España pobre.

Porque ser de izquierdas es creer en la justicia redistributiva, pero de las personas humanas bípedas. Lo de los territorios ya es otro bailar. Y el Partido Socialista de Cataluña, liderado por Aquiles Iceta, el de los pies ligeros, votó por Sánchez porque la Península Ibérica es un trozo de tierra rodeado de agua por todas partes menos por una que se llama Barcelona. Pedro Sánchez va a convertir a la socialdemocracia española en un socialismo de rostro humano. No le importa que ya haya uno con coleta. Pero sobre todo en un socialismo que cree que una nación es un sentimiento. Con eso se puede liar. Conviene que alguien le recuerde urgentemente que Lázaro de Betania tiene dos tumbas, porque murió dos veces. Y la segunda vez ya no te resucita ni dios.