El otro día y por casualidad me vi dentro de un sex shop. No lo tenía previsto pero las circunstancias, poderosas e invisibles, me condujeron a tan lujurioso paraje. Y allí recalé con una amiga cuando caía la noche. Intenté aparentar que la situación no me era ajena, pero lo cierto es que un hombre heterosexual, ante la diversidad de tanta forma fálica llega a sentirse superado. Eran mil formas, mil tamaños, mil colores y mil materiales para lograr el más sostenido y rabioso orgasmo de una fémina; y claro, nosotros los hombres, con sólo una única herramienta. Pero lo más terrible no fue ver todo el despliegue de artillería tan bien dispuesta en las baldas, sino escuchar la conversación que mantenían la dependienta y mi amiga, que dominaban la jerga y los usos y disfrutes más diversos.

Consciente de que me ahogaba lo desconocido, decidí venirme arriba y me puse a preguntarlo todo: ¡había tanto que preguntar! Incluso, qué sentido tenía un vibrador bifálico para un hombre cuando sólo tenemos un agujerito; pero oye, todo tenía una respuesta deliciosamente enriquecedora. Me asombró la naturalidad con las que allí presentes hablaban de lenguas automáticas, de látigos, pezoneras o todo tipo de lubricantes. Llegué a preguntar si existía algún cuartito a modo de probador, pero me dijeron que no. Yo lo dije por las prendas "bondage", no se crean. Qué pequeño te puede hacer sentir una mujer en un sex shop; tanto, que he decidido repetir la visita para que no me pase de nuevo. Qué cosas tú.

@JC_Alberto