Ya está maduro el proceso de revolución social de la ciudadanía venezolana para liquidar el populismo miserable que ha llevado al país a la hambruna, la injusticia, el enfrentamiento entre hermanos y la desvertebración colectiva, manipulando demagógicamente los resortes del Estado, con propuestas que sonaban convincentes, pero que nunca llegaron a ponerse en práctica. Al tirano deschavetado, que le gusta hablar con los pájaros y las vacas, solamente le queda la represión del pueblo que sale a la calle a defender su dignidad, porque el mismo chavismo hace aguas con continuas deserciones y Maduro se hunde.

Los venezolanos están luchando diariamente en la calle por su libertad. No es la primera vez que lo hacen a lo largo de su historia; ya decía Simón Bolívar que "para el logro del triunfo siempre ha sido indispensable pasar por la senda de los sacrificios". La mayor de las injusticias se produce cuando un pueblo pasa hambre; por eso la vuelta de la democracia se está defendiendo hasta con sangre. El humanista Andrés Bello escribía: "De la patria es la luz que miramos, de la patria la vida es un don. Verteremos por ella la sangre, por un bárbaro déspota no". La dictadura se acaba porque vuelve a repetirse lo que dijo el Libertador: "Todos los pueblos del mundo que han lidiado por la libertad han exterminado al fin a sus tiranos".

El populismo es una lacra que periódicamente azota a los países latinoamericanos. A lo largo de la historia han aparecido distintos caudillos que han llevado al desmoronamiento económico y social, que después cuesta décadas enderezar. La promesa de satisfacer inmediatamente las necesidades populares se queda siempre en más pobreza para el pueblo y más riqueza para la élite del partido dominante y la camarilla que rodea al pintoresco mandatario de turno. En teoría, considera al pueblo como un sujeto político por excelencia, asociado en general a una democracia "semidirecta", pero la realidad es que estos regímenes se convierten, después de un primer momento de euforia popular, en un sistema político donde el gobierno se concentra en un reducido número de personas que no defienden los intereses generales, sino los propios, siendo capaces de recurrir a la violencia y a la corrupción generalizada del sistema para sostenerse en el poder. Su carácter paternalista engaña un tiempo pero no siempre. El despotismo ilustrado del siglo XVIII con su máxima "todo para el pueblo pero sin el pueblo" se llama en el siglo XXI "populismo mesiánico", con soluciones falsas y erróneas a la problemática real que padecen las personas. Vargas Llosa sentencia que "hay muchas más razones para ser optimista que pesimista en América Latina. Cuando yo era joven América Latina era tierra de dictadores. Lo que queda ahora de las dictaduras, como Cuba o Venezuela, está en hilachas, deshaciéndose".

En la novela de Rómulo Gallegos "Doña Bárbara", se escribe: "El mal es temporal, la verdad y la justicia imperan siempre", y eso está pasando ahora. Estamos viviendo en directo los estertores del régimen populista venezolano. Ha sido una pesadilla, pero más pronto que tarde triunfará la constancia de un pueblo luchador que no tiene miedo y que se ha ganado a pie de calle su libertad. Y entonces, con alegría y emoción podríamos rememorar aquella canción del cubano Pablo Milanés, cuando se ansiaba el fin de la dictadura de Augusto Pinochet en Chile y cambiando la ubicación gritar: "Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Venezuela ensangrentada, / y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes".

*Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología