Ayer Francia más que una república parecía un imperio. Como en tantos otros países, fue nación por encima de cualquier acontecer político. Con una solemnidad imperturbable, los galos fueron uno en el traspaso de poderes de Holland a Macron. Y es que en Francia, cuando se levanta la bandera se levanta el alma, y cuando suena la Marsellesa no queda nadie mudo. Y de haber ganado Marine Le Pen hubiese pasado lo mismo, porque los franceses son una potencia por encima de ideologías. Ocurrió la noche electoral en la plaza del Louvre, pero también en la asunción de labores de Emmanuel Macron. Y yo, entonces, me acordé de España, este país nuestro donde si suena el himno o se te ocurre enarbolar la bandera en cualquier ocasión que no juegue la selección de fútbol, a lo mínimo que te arriesgas es a que te llamen facha o te escupan la cara.

Los diez millones de votos por los que Macron barrió a Le Pen simbolizan más de diez millones de bofetadas que los franceses decidieron darle al populismo más burdo; incluso en tiempos desesperados. Francia es cabeza y Francia es Europa. Ayer leía que con el voto centrista a Macron gana la llamada burguesía urbana, los adaptados a la globalización, las personas con títulos académicos e ingresos altos. Es una Francia de prosperidad frente a los populismos de la propia Le Pen o Trump, que quieren más para sus ciudadanos únicamente por ser tales, sin que tenga nada que ver lo que haya dentro de sus cabezas. Hoy creo que Francia gana, y yo me alegro.

@JC_Alberto