Estamos en uno de esos momentos que explica Peter Clemenza, en "El Padrino", mientras cocina unos spaguetti en un caldero: la ebullición de un guiso. El momento previo a una catarsis. Ese instante en que los tremores anticipan uno o varios focos eruptivos que dan salida a las presiones acumuladas durante tanto tiempo de encontradas ambiciones, rencores, deudas, roces y tensiones.

Está pasando en el mundo empresarial, donde las patronales se enfrentan a las grietas y disensiones de los poderes internos que durante muchos años han tenido una pacífica coexistencia. El sector platanero se resquebraja y la tradicional unidad de los productores canarios empieza a presentar los síntomas de divisiones estructurales y de intereses que enfrentan a los pequeños productores con quienes mejor se han posicionado en el sector para su supervivencia. Los pobres empiezan a ver el caminar de la perrita y se ven venir tiempos peores. Se nota en la gran patronal empresarial, donde algunas asociaciones sectoriales tienen tanta importancia que empiezan a creerse muy en serio que sus intereses se defienden mejor desde lo peculiar que desde lo general. Todo eso tiene una lectura muy personal, por supuesto, en las peleas de liderazgo entre la Cámara de Comercio, la CEOE, Ashotel.... Y qué decir de los sindicatos, que están sobreviviendo a duras penas a enormes cambios producidos por el devenir de su mortecina existencia, con CCOO recomponiéndose -uno diría que muy bien- de una traumática escisión producida en Canarias por la ceguera centralista.

Y se vive a nivel político, con la larvada guerra en la sucesión del PSOE de Canarias, donde esta Isla tiene mucho que decir; con los cambios en la estructura de Coalición que quiere darse a sí misma una sacudida porque las cifras del apoyo electoral no hacen sino languidecer; con un PP que cerró la era Soria con un nuevo liderazgo, Asier Antona, puño de hierro en guante de seda, que empieza a reconfigurar sus poderes por todas las islas. Y con Podemos, que va de carajera en carajera, sacudido por sus enfrentamientos internos y por el traumático divorcio con Si Se Puede.

Son tiempos de cambio en muchos sitios. Tiempos cuyo final van a redefinir el mapa del futuro. Pero como decía el otro día el diputado García Ramos, citando a Lampedusa, aquí somos muy de cambiarlo todo para que todo siga igual. Y que todo siga igual sería una mala noticia.

Podría parecer, al hilo de las noticias sobre los últimos Presupuestos Generales del Estado, que también en las relaciones con Madrid para Canarias se abre la cornucopia de la abundancia. No es así. Lo que celebramos es el regreso a la normalidad de un enfermo que ha estado en la UVI. El azar y la necesidad, la matemática parlamentaria y la paciente labor de la diputada Ana Oramas han logrado resituar en el mapa a un archipiélago que fue ninguneado durante casi una década. Que Coalición Canaria y Nueva Canarias tengan dos votos de oro en el actual Congreso no deja de ser un afortunado giro político, del que hoy vemos algunos resultados. Pero los problemas que teníamos ayer siguen tan presentes como siempre y la estrategia del Gobierno canario -cerrar acuerdos marcos jurídicamente vinculantes con el Estado- no sólo es necesaria; es imprescindible.

Las Islas Canarias no han logrado blindar el reconocimiento financiero por parte del Estado de sus sobrecostos archipielágicos y de lejanía. Mientras no se consiga anclar ese reconocimiento de forma estructural, estaremos al socaire de los vientos políticos. Conviene no olvidar que el Gobierno de España, en consejo de ministros celebrado, para más joder, en las Islas Canarias, aprobó un plan especial de inversiones que fue saludado como el "gran reconocimiento" de nuestras singularidades. Llegó Penélope al poder y destejió lo que había tejido Zapatero. De lo dicho y aprobado no quedó nada.

Es una evidencia que el modelo de éxito de la economía canaria no es capaz de crear nada que se aproxime al pleno empleo y que padecemos un paro endémico insoportable para cualquier sociedad. Que la renta per cápita de los canarios se ha alejado la friolera de casi quince puntos de la media de los conciudadanos españoles. Que el futuro de nuestra agricultura de exportación no es bueno, que la burbuja turística algún día dejará paso a una situación de mayor competencia con otros destinos y que, en suma, estamos viviendo un tiempo para ser hormigas, en vez de cigarras.

Los cambios suelen ser saludables. Porque las obras de los seres humanos, como las aguas de los estanques, cuando no se renuevan, se enturbian y se pudren. Hemos cambiado el aire tóxico de nuestra relación con Madrid. Pero no hemos transformado nuestros problemas. Por eso el trabajo no sólo no ha terminado sino que ni siquiera acaba de empezar.