Desde hace bastantes años, Venezuela no es una democracia. Porque un sistema democrático no puede ser un pelele en manos de un presidente que se apodera de todos los poderes, que organiza simulacros de juicio, que encarcela a líderes de la oposición, que provoca arbitrariamente conflictos con países vecinos o que lanza el ejército a la calle a la menor excusa.

A algunos, por lo visto, les ha estado vedada esta comprensión y han necesitado que Nicolás Maduro, el autócrata bolivariano, haya retirado los poderes a la asamblea legislativa venezolana en una decisión que sólo es otra vuelta de tuerca más al golpe de Estado que han dado desde dentro de la revolución bolivariana.

El presidente Rajoy, camino de Damasco, deslumbrado por un rayo de inteligencia, se ha caído del caballo para concluir, ya en el suelo, que "en Venezuela se ha terminado la democracia". La honda reflexión sólo ha sido superada por los que se sitúan en el lado contrario del espectro. Un portavoz de Podemos nos brindó una meliflua reflexión, tan viscosa como un pescado: en Podemos "seguirán atentamente" la evolución de los acontecimientos durante las próximas semanas, pero consideran que tampoco es para tanto y que en cuestión de violaciones de derechos humanos hay también muchas cosas que mirar en este país.

¿En serio? ¿De verdad se puede comparar la situación política de Venezuela con la de España sin que se te resquebraje la jeta y sin que se te salgan los humores por las orejas? No sé qué tipo de secretos comprometedores pueden guardar en el Gobierno de Maduro sobre los fundadores de Podemos, pero deben ser la hostia. Porque sólo así se justifica la dimensión de una ceguera que ya no tiene nada que ver con la política, sino con la pura humanidad.

Cuando Franklin Nieves, el fiscal que acusó a Leopoldo López, huyó a Estados Unidos, aseguró que el juicio había sido un montaje inmundo para condenar a trece años de cárcel al líder de la oposición a Maduro. Como es obvio, sus palabras, desde la comodidad del exilio, tuvieron una credibilidad escasa. ¡Qué va a decir!, dijeron. La fiscal general del Estado venezolana, Luisa Ortega, hasta ayer miembro próximo al Gobierno de Maduro, ha dicho que se ha roto el orden constitucional y el Gobierno discrecionalmente devuelve el poder que quitó a la Asamblea. Una vergüenza.

La revolución bolivariana, en manos de la incompetencia de Maduro, ha llevado a una situación cercana a la quiebra a Venezuela. El desabastecimiento de medicinas, alimentos y bienes de consumo está a la orden del día y la inflación galopante ha convertido el papel moneda del país en algo menos cotizado que el papel higiénico. Es tal el despropósito que uno de los principales productores de petróleo del mundo ha tenido que racionar los combustibles, creando enormes colas en las estaciones de servicio de todo el país. Como si en el Círculo Polar Ártico se pusiera una cartilla de racionamiento para comprar nieve.

Durante todos estos años, mientras la herencia de Chávez se pudría, la izquierda romántica y los neocomunistas se han negado tercamente a reconocer el fracaso (es la especialidad de la casa, porque les pasó lo mismo con la URSS). Han cerrado los ojos para petrificarse en el argumento de la Venezuela que había antes del chavismo (una ordalía bipartidista de corrupción y desmanes de copeianos y apecos) y justificar que ese país había terminado llamando a las urnas al "cirujano de hierro" de Costa, un salvador capaz de regenerarlo todo.

Con sus muchos errores, Chávez quiso de verdad acabar con la injusticia que le había llevado en volandas al poder. Como buen populista -y militar- pensó hacerlo a su manera. Y su manera fue copiar casi literalmente un modelo social y económico que había fracasado en todo el mundo: nacionalizaciones y estatalización de los medios de producción. La revolución chavista no apostó por una sociedad de mercado, sino por una economía de Estado. Las empresas y los capitales huyeron despavoridos. Primero las grandes fortunas. Luego las clases acomodadas. Y después todo el que pudo. Cuando cayó el precio del petróleo, el sueño de Chávez ya era una pesadilla que pasaba a manos de un líder sin preparación, un mal imitador de su maestro, una marca blanca que hablaba con ternura con un pajarito en el que pensaba encarnado a su mentor mientras ordenaba perseguir y encarcelar a sus críticos.

Venezuela terminará en un baño de sangre. Y quienes han elegido la ceguera (porque fueron asesores, porque vendieron armas o fragatas, porque les interesaba el petróleo; políticos, profesores universitarios, gobiernos o empresas) tendrán que lavarse las manos con algo más que jabón.