La vida te da sorpresas, como decía Rubén Blades. Y la política, que es una parte de la vida que colinda con el circo, proporciona a veces momentos inolvidables.

Tenemos a un diputado nacionalista de izquierdas. Un diputado de un partido que defiende el máximo autogobierno para Canarias y que está al borde incluso, si le dieran un empujón, de considerar que este pueblo es mayor de edad para ventilárselas por sí solo. Pues ese diputado, Pedro Quevedo, con una hoja de servicios nacionalista a prueba de bomba, se va a Madrid para decirle al presidente del Gobierno de España que a ver si hace el favor, si lo tiene a bien, de que su partido cambie en Madrid, pasando por encima de Canarias, la ley electoral de las Islas, porque es manifiestamente injusta y jodedora.

Y tenemos a un presidente centralista él, defensor de la unidad inquebrantable de España, que ha metido en cintura a las autonomías con el mayor proceso de recentralización administrativa de la democracia. Ese presidente, Mariano Rajoy, le contesta al diputado nacionalista que cómo va a ser que las Cortes, en Madrid, decidan algo que invade la soberanía del Parlamento de Canarias. Que ni de coña. Que será la asamblea de diputados canarios la que decida finalmente qué se hace con la puñetera ley.

O sea, el mundo al revés. Un nacionalista que hace de centralista y un centralista que se desparrama con una vocación de respeto a la voluntad de una cámara legislativa de una de las nacionalidades del Estado.

El papelón de Quevedo viene a cuento de la ofensiva que están haciendo desde Nueva Canarias, Ciudadanos, Podemos y el PSOE -este último con matices- para cambiar el número de diputados que se asignan a las islas en Canarias, donde hay una sobrerrepresentación de las islas menores, que cuentan con menor población. Como están viendo que el asunto no está claro que lo puedan ganar en el partido de casa, quieren marcar un gol como visitante.

Intentar hurtar a los representantes del pueblo de Canarias una decisión cuya iniciativa le corresponde en exclusiva es tan dolorosamente incoherente con un partido nacionalista que el que lo haya hecho Nueva Canarias demuestra hasta qué punto un fin justifica cualquier medio.

La propuesta de reforma del Estatuto que está en las Cortes, que debe aprobarla como Ley Orgánica, tendrá que volver a Canarias caso de que el texto remitido por nuestro parlamento sufra alguna modificación. Y será aquí donde tendrá que librarse la batalla para quitarles diputados a unas islas, darles más diputados a otras o hacer una lista regional.

Rajoy, ejerciendo de gallego y de presidente, se ha quedado más a gusto que un San Luis remitiendo al diputado nacionalista a la soberanía de su propia tierra. "No voy a entrar a calificar el sistema electoral de Canarias y supongo que lo habrá aprobado el Parlamento de las Islas, así que no me corresponde tomar decisiones", le espetó.

El escenario definitivo de la batalla será pues aquí. Va a ser digna de verse.