Juan Carlos Monedero estuvo en el Parlamento de Canarias hablando del sistema electoral canario y de los caciques. Los caciques, ya saben, son ese residuo autoritario que heredamos de la España de boina y sotana, gente que ejerce el poder con derecho de pernada política para colocar, si le da la gana, a su mujer como alcaldesa del pueblo o como portavoz de un grupo parlamentario. Esa gente.

El profesor Monedero estuvo en la Comisión Especial para la Reforma del Estatuto de Autonomía, invitado como experto junto a otros ilustres colegas como Santiago Pérez o José Adrián García Rojas. Los diputados canarios escucharon atentamente las explicaciones de los "sabios" sobre un sistema electoral imperfecto, como todos. Un sistema electoral que ahora sufre los embates de la crítica porque, según algunos, beneficia de forma escandalosa a Coalición Canaria.

En realidad eso no es cierto. Lo que ha beneficiado durante décadas a CC es que ni el PSOE ni el PP han podido entenderse, lo que colocó a los nacionalistas en un espacio de centralidad política privilegiado. Pero si esa fuera la única preocupación de los críticos estaría ya resuelta: el mapa político de Canarias ha cambiado radicalmente para eliminar el monocultivo nacionalista del Gobierno. Las posibilidades de alianzas políticas ya no son aquel banco de tres patas, donde CC siempre era la del medio, sino otro soporte donde entran en concurso Podemos, Nuevas Canarias, los socialistas gomeros de ASG y Ciudadanos que entrará previsiblemente en el próximo Parlamento canario.

En todo caso, muchas voces sugieren también que el sistema electoral canario es injusto porque da demasiados diputados a islas que no tienen población. Aclaremos una cosa: los sistemas electorales no son justos o injustos. Ningún sistema electoral es neutral en sus resultados. Lo único justo es que las reglas sean iguales para todos.

De acuerdo a los habitantes de El Hierro, cada diputado se corresponde con 3.000 habitantes, frente a 5.000 en La Gomera, 15.000 en Fuerteventura o 59.000 en Tenerife. En ninguna isla el diputado "sale" al mismo precio. Pero eso no es una novedad. Lo mismo ocurre en el País Vasco donde en Alava toca un diputado por cada 12.000 habitantes frente a Vizcaya donde se corresponde a 48.000 habitantes.

¿Creen que es una excepción? Castilla y León tiene dos millones cuatrocientos y pico mil habitantes, doscientos mil más que Canarias. Aquí elegimos 15 diputados al Congreso y en esa otra Comunidad se eligen 32. Un diputado castellanoleonés se corresponde con cada 75.000 habitantes (cabeza arriba o cabeza abajo) frente a los 140.000 que sale en Canarias.

Si nos fijamos en los resultados electorales, ni siquiera a los partidos les "cuesta" lo mismo un diputado. En datos de las elecciones generales del año 2011, cada diputado del PP les costó unos 58.000 votos frente a los 153.000 que le costó a Izquierda Unida o los 228.000 que le salió a UPyD.

La algarabía que se ha montado en Canarias con la reforma del sistema electoral pretende dar más diputados a las islas con mayor población, abstrayéndose del principio del peso de los territorios. El espíritu de la Autonomía fue un sistema que no nació solo de la desconfianza, sino de la creencia en que para superar el pleito insular lo mejor era establecer a perpetuidad un sistema de equilibrios.

El nuevo sistema que se proponga no será más justo que el actual. Será otro distinto. Y me temo que para los que menos tienen -población y riqueza- va a ser un sistema considerablemente peor.

Pero lo más relevante no es eso. Mientras su señorías toman apuntes y los expertos les ilustran, los partidos políticos a los que pertenecen sus señorías están reformando el sistema electoral en Madrid, por la vía de la reforma de la Ley Orgánica del Estatuto que está en trámite.

¿Se reúnen los diputados canarios solo para cobrar dietas o es que no saben que su trabajo no sirve para nada? El proyecto de Estatuto "retocado" en Madrid tendrá que venir a Canarias y pasar otra vez por el Parlamento y, previsiblemente, por los cabildos. Y entonces es cuando se va a liar la marimorena. Hasta ese momento, como escribió el bardo, esto solo son trabajos de amor perdidos. Y expertos.