Estando en la feria del móvil de Barcelona, para los puristas el Mobile World Congress, me di cuenta de que a los más de cien mil visitantes de dicho evento no sólo les interesaban las nuevas tecnologías, que también, sino que a muchos de ellos, que venían de las afueras de lo que allí denominan "los países catalanes", se extrañaban, perplejos, de la pesadez e insistencia política que mantienen los anfitriones con eso de la nación, el idioma, la diferencia cultural, la superioridad moral, la dichosa "estelada", el tedioso referéndum y la alegoría permanente al estigma de 1714. Nunca una derrota -como consecuencia de una apuesta política interesada y equivocada- ha sido utilizada con tanta ventaja, manipulación y victimismo como esta. Mucho boato y mucho disparar con pólvora del Rey, pero absolutamente nada sobre los más de 74.000 millones de euros que tienen de deuda pública.

Entre modelo de móvil nuevo y otros que imitan con nostalgia el pasado había corrillos donde se comentaba el hecho de la necesidad de fortalecer el coraje cívico en la defensa de nuestros valores y principios ante quienes pretenden usurparnos el derecho a decidir del conjunto de los españoles. Es decir: la urgencia de que la sociedad civil recupere la iniciativa. Y lo haga, sin complejos, ante determinados agravios comparativos que muchas veces laceran nuestras propias conciencias silentes y acomodadas, pero que alguna vez tendrán que despertar, aunque sea ante tanta agresión y ofensas gratuitas.

Actualmente en España existen varios colectivos permanentemente agraviados y agredidos que parece como si se avergonzaran de lo que son, piensan y sienten: los católicos, la derecha y los constitucionalistas españoles en general y los constitucionalistas que malviven marginados política y socialmente en Cataluña en particular. El problema es que mientras España se enfrenta a un proyecto político incierto donde la corriente imperante nacionalista impone sus ideas rupturistas, el resto de la sociedad civil -principalmente la derecha acomplejada, miedosa y vergonzante- se muestra indiferente ante la defensa del relativismo moral y político de cuanto sucede a su alrededor. Además de admitir y convivir con el atropello permanente de sus derechos y de sus principios básicos como la defensa del idioma y, sobre todo, del principio de soberanía, que, según la Constitución, recae en todos y en cada uno de los españoles independientemente de donde residan.

Con respecto a los católicos, y ante los permanentes ataques blasfemos a que son sometidos por parte de determinados "lobbies", clanes ideológicos e incluso partidos políticos radicales y populistas, más les valdría dejar de poner la otra mejilla, que ya la deben de tener morada de tanto ultraje y humillación, y poner en práctica lo que hizo Jesucristo para defender la dignidad del Templo de Dios: coger el látigo y expulsar a los mercaderes del templo (Jn. II, 13-22). Sin duda un buen chasquido a tiempo pone las cosas y a las personas en su sitio.

Si los católicos en España pretenden que la autoridad política, administrativa o judicial -no digamos ya los medios de comunicación afines al rodillo político-cultural de izquierdas- los defienda, los ampare y/o los proteja, van apañados. Es absurdo pero real como la vida misma: la religión mayoritaria en España está en la diana de quien quiera, gratuitamente, ofenderla faltándole el respeto; como así ha sucedido con el bochornoso espectáculo del carnaval de Las Palmas, donde en la gala Drag Queen se burlaron y mofaron de las imágenes más sagradas y representativas de la religión católica, como sin duda lo son Jesucristo y la Virgen María. Espero que para el año que viene no hagan lo mismo con la figura de Mahoma. Sobre todo después de que el líder de la comunidad musulmana en Canarias les advirtiera de que ellos no lo tolerarían.

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