Si alguien se burla de la bandera de Tenerife, de los símbolos de esta isla, de la gente de esta tierra, tengo derecho a sentirme insultado.

Si alguien considera que los canarios son unos aplatanados, una gente indolente a la que no le gusta trabajar y que sólo vive del cuento, tengo derecho a sentirme indignado.

Si alguien se mete con mi familia, con mis creencias o con mis amigos, tengo derecho asentirme insultado.

Tengo derecho a expresar lo que siento, de la misma manera que reconozco el derecho de los demás a opinar sobre mis opiniones.

Pero vivimos un tiempo en el que, por lo visto, sólo existe un derecho unidireccional. El derecho de unos a expresarse y la ausencia del derecho de otros a quejarse por los contenidos de esa expresión.

Hace unos días publiqué un mensaje en las redes sociales en el que señalaba mi opinión sobre el uso de símbolos de la religión católica en la gala Drag Queen del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria. Y mi opinión es que con ese uso se insultaba gravemente al colectivo de creyentes católicos que podían sentirse ofendidos, como así fue.

Que expresara esa opinión personal supuso que algunas voces, las de siempre, interpretaran mi comentario en clave insularista. De mi opinión personal se dedujo que la isla de Tenerife estaba en contra del Carnaval de Las Palmas y que la "ATI profunda" siempre había sentido una insana envidia por el éxito indiscutible de la gala de las "drags" que se ha convertido en una enseña de éxito, sin duda, de las fiestas carnavaleras de grancanaria.

No sé que tipo de patología mental puede operar en una deducción como esa. Primero porque mi opinión sólo me representa a mí mismo y extenderla al pueblo de Tenerife es no sólo un grave error de aumento, sino una distorsión de la realidad. En Tenerife, como en Gran Canaria, habrá gente a favor o en contra de esa opinión, como es natural. Pero los juicios de valor personales no aspiran más que a ser lo que son, la expresión en singular de una opinión. Coger mis palabras como el pronunciamiento de toda una isla sólo cabe en la cabeza de quienes todo lo aprovechan para hacer política, la mala política que siempre ha contribuido a dividir a los canarios. Algo que algunos siguen catalizando como una manera oportunista de cosechar los votos del descontento y el pleitismo.

El Carnaval siempre ha sido transgresor. No hace falta que nadie me lo demuestre. En Tenerife tenemos un Carnaval que sobrevivió a la dictadura con gente que salía a la calle disfrazada cuando la fiesta estaba prohibida en todos los rincones de España. Y en esta isla, además, se celebra el tradicional entierro de la sardina, donde se pueden ver disfraces de curas, obispos y monjas. Nadie, nunca, ha entendido que estos disfraces sean un insulto. Y nadie, nunca, ha tenido la ocurrencia de pasar de lo humano a lo divino, es decir, de sacar a un falso Cristo crucificado o a una mala imitación de la virgen. Debe ser que el pueblo siempre ha entendido la diferencia entre la irreverencia y el insulto.

Cualquier colectivo que vea como sus símbolos son utilizados en el contexto de una fiesta, como recurso escénico o burlón, se sentirá ofendido. Pasa con los católicos y pasaría con cualquier otro grupo de personas que se identifica con creencias o sentimientos. No entender eso es no entender nada. El autor del número en el que se utilizó la cruz católica, la imagen de Jesucristo y la de la Virgen, reconoció en sus propias palabras que pretendía provocar. Y la provocación lo que persigue es una reacción por parte de los provocados. No comparto todas las valoraciones que se han hecho a posteriori, pero entiendo que se hayan producido. Y desde luego, considero que llevar hasta un escenario de carnaval el símbolo que veneran millones de ciudadanos en este país es una falta de respeto a las creencias de toda esa gente.

Quienes dicen lo contrario son los mismos que se sienten indignados o insultados cuando se hacen chistes de mal gusto sobre los homosexuales porque suponen una discriminación de un colectivo social o cuando se utiliza la sexualidad femenina en un cartel del Carnaval en lo que consideran un atentado contra la imagen de las mujeres que bordea el insulto machista. Esta sociedad está haciendo un esfuerzo positivo por desterrar las alusiones despectivas, homófobas o violentas de su vocabulario aunque también asistimos en las redes sociales a un incremento de los mensajes de odio y despectivos. Y cuando se producen, las condenamos. No veo que nos encontremos ante un hecho diferente, aunque en este caso afecte a las convicciones religiosas.

Creo que me toca, como persona particular que vive en esta sociedad y que es responsable de ayudar a construir una sociedad más cohesionada, expresar mi opinión y oponerme en cada ocasión en que se ofenda de manera gratuita las creencias íntimas de millones de personas o en que se ofendan valores cívicos que nos ayudan a construir una sociedad más tolerante y sana.

Creo en el derecho a la libertad de expresión. Y creo que debemos defender ese derecho inalienable por encima de todas las cosas.

Pero el derecho a la libertad de expresión es de todos, no de unos pocos. El mismo derecho que tiene la "drag" para usar la imagen de Cristo y de la Virgen es el que tenemos los demás para opinar sobre ello. Y para mí ha sido una falta de respeto a los creyentes.

Lo demás, los insultos y las descalificaciones, los mensajes envenenados en clave insularista, son harina de otro costal. El costal vergonzante de quienes todo lo llevan al mismo sitio: al de sus intereses electorales que pasan por separar cada día más a todos los canarios en beneficio de lo que, por el tiempo que llevan, parece ya su único oficio.