Nunca sentí tanta felicidad leyendo un libro como cuando leí "Tres tristes tigres", de Guillermo Cabrera Infante. De eso hace medio siglo, como de casi todo. Y el libro fue publicado, con muchas dificultades, por la censura, sobre todo, mucho después de haber sido premiado por la Seix Barral de Carlos Barral en 1964. Cuando "Tres tristes tigres" apareció se produjo uno de los resplandores más saludables de la literatura hispánica.

Poco después de "Tres tristes tigres" apareció "Cien años de soledad", de Gabriel García Márquez. En el firmamento ya estaban "Rayuela", de Julio Cortázar, "Pedro Páramo", de Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes... No habrá jamás, o eso me temo, una constelación tan nutrida de obras de arte en la literatura de nuestra lengua. Eso quedó registrado en un libro formidable, "Los nuestros", de Luis Harss, que ahora ha sido reeditado por Alfaguara y en el que aparecen muchos de los que han sido citados. Por razones diversas, Cabrera Infante no aparece; de muchas maneras Harss ha expresado su rabia por esa emoción.

Alguna vez he contado cómo leí ese libro, o cómo leí "Rayuela", dos libros tan distintos. Me excuso, pues, ante los que me han leído o escuchado decir qué pasó para que "Tres tristes tigres" me causara un impacto que persiste medio siglo más tarde de que lo comprara en la parada de las guaguas de La Orotava, horas después de mi examen de Historia de los Fundamentos Filosóficos (con el maestro Emilio Lledó) en primero de Comunes en la Universidad de La Laguna. Yo tenía 19 años y en casa había un problema de luz. La luz se reservaba para alumbrar los hoteles del Puerto de la Cruz. Había que leer y estudiar de madrugada, porque en las primeras horas de la noche la luz era peor que las de las velas.

Pero ese libro fue un resplandor en sí mismo. No se podía dejar, y lo leí entre las cinco de la tarde hasta el día siguiente y hasta todos los días siguientes, hasta ahora mismo. ¿Cincuenta años leyendo el mismo libro? Puede ocurrir: un libro no se lee tan solo mientras se está leyendo: los libros, estos libros, aquellos que cité más arriba, pero sobre todo "Tres triste tigres", conviven en nuestra alma y en nuestra memoria, en nuestro cuerpo, en nuestras pasiones, en nuestras conversaciones cotidianas, en la música que buscamos en la escritura de otros o en la de uno mismo. Fue un libro tan fundamental que alguno de nosotros se lo aprendió de memoria y lo recitaba en el malecón de Santa Cruz como si ese malecón fuera El Malecón de La Habana que tanta preeminencia tiene en esta obra y en otras de Guillermo Cabrera Infante.

Mientras lo leí, en el momento de descubrirlo, parecía que el mundo se había interrumpido para mi; echado en la cama del cuarto que daba a los ruidos de la carpintería contigua a mi casa, lo único que me pasaba era "Tres tristes tigres", lo único que sucedía era aquella música habanera que ya sonó para siempre en mis oídos. La literatura era "Tres triste tigres" y después había muchísimos libros más. Con el tiempo, como es natural, se fueron decantando los entusiasmos, pero jamás he dejado de amar este libro inolvidable de Guillermo Cabrera Infante.

Luego conocí a Guillermo, exiliado en Londres, con Miriam Gómez, su mujer; leí todos sus libros, fui su amigo (de Guillermo, de Miriam), fui su editor y fui su colaborador en proyectos de reedición; fue amor, respeto y amistad. Ahora Seix Barral acaba de reeditar el libro, con aquella portada mítica (los músicos negros tocando jazz en La Habana), con la dedicatoria imborrable ("A Miriam, a quien este libro debe más de lo que parece"), con la música que me acompañó a quererlo y a admirarlo como si el libro y él fueran la misma persona.