Que Dios y los amigos me perdonen, pero tengo la sensación de que durante décadas hemos descuidado en Canarias la conversación en favor de la cháchara, como si fuera mejor la sobremesa que el trabajo. Dicho esto que me sale del alma, explico por qué expreso esta preocupación: por lo que decía James Joyce, "ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación". Un país es lo que tenemos, habita en nuestro ser; aunque uno se vaya a vivir a otra parte el país siempre va con nosotros. Lo decía otro insular (como Joyce, como nosotros), el irlandés Samuel Beckett: nunca dejé la isla, pobre de mí, la isla va conmigo adonde quiera que voy.

Eso que decían Joyce y Beckett tiene que ver con la situación que describo: en este país, Canarias, pasan cosas muy serias, con el empleo, con la política, con la educación, con la cultura, con la sanidad, con el periodismo. Y pasan todo el día y todos los días, desde hace muchos años, antes y después de Franco, antes y después del caciquismo que habita aún en las mentes de la política y en las mentes de las empresas. Ese es el tenor de la conversación que hemos mantenido, y hay que cambiar de conversación, acostumbrarnos a una conversación más analítica, más libre, más diversa, en todos los ámbitos de la vida; una conversación pública que incluya, también, a aquellos a los que nos solemos escuchar, porque nos caen mal, porque no son de nuestra cuadrilla, porque no queremos que prosperen sus ideas o, simplemente, porque no queremos que prosperen.

Eso pasa en todos los terrenos de la vida. Es difícil juntar gente que no forma parte de nuestros círculos, por celos o por rencillas viejas. Y eso ha empobrecido instituciones, proyectos, y ha empobrecido, claro, la calidad de la conversación. En ese marco decepcionante en el que nos movemos fue una satisfacción hace unos días escuchar al profesor José Carlos Albertos anunciando que la institución, la grave y antigua institución, que ahora preside, la Real Sociedad Económica de Amigos del País, se propone abrir sus ventanas y sus puertas, y sus mentes, a una discusión más amplia, más diversa, más ecuménica, por hacer una broma con su nombre propio, Sociedad Económica. Es una excelente noticia que se rejuvenezca esa entidad y se ponga a disposición de la sociedad entera.

Y esta semana misma estuve en Guía de Isora con Alejandro Krawietz, el excelente poeta. Cuando hace una docena de años nos habló a unos cuantos de ese ciclo que iniciaba, Miradas Doc, para alentar una nueva conversación en torno al mundo de los documentales, y teniendo en cuenta lo que he contado más arriba, entonces me pareció la utopía saludable de un joven poeta. Y no, ha funcionado, con el apoyo incondicional de otro fabricante de utopías, el alcalde Pedro Martín, que no en vano es un excelente lector, acostumbrado a sentir que las ficciones proceden de la realidad y además pueden crear realidades nuevas. Miradas Doc ha funcionado, como funcionan Los Sabandeños o la Fundación César Manrique, como funcionó la máxima creación de don Antonio González (que ahora sería centenario) en la Universidad de La Laguna. Esas instituciones, esos grupos, son espejo de que, en efecto, la fe en los proyectos, el trabajo para llevarlos a término, le quitan el aire de ocurrencias, porque llegan al fin para el que fueron ideados. Y Miradas Doc, que ha tenido otra espléndida edición este año, demuestra que todo se puede hacer, siempre que se trabaje un poco más que lo mínimo imprescindible.

Por eso traigo aquí estos nombres, el poeta y el científico, Krawietz y Albertos. Con entusiasmo podemos cambiar la conversación; y cuando se cambie la conversación cambiará la realidad. Y seremos un poco más comunicativos y también un poco más felices. ¿Utopía? Claro, ¿y para qué se levanta uno cada día sino para cumplir con aquello a lo que obligan las utopías?