Análisis. Dedicamos miles de horas a discutir asuntos sobre los que nosotros, ciudadanos de a pie, no tenemos información suficiente ni capacitación técnica que nos permita discernir con conocimiento de causa. Nada grave sino fuera que, con todo ese rebumbio, se conforma la "opinión pública", un compendio de creencias, suposiciones y entelequias con muy escaso fundamento. Tampoco tendría mayor importancia si esas voces no fueran escuchadas ni tenidas en cuenta por quienes deben tomar las decisiones, pero lo hacen, por deferencia, por exquisito respeto a sus votantes como-no-podía-ser-de-otra-manera. Se azuza el debate político mediante conjeturas, qué fatalidad, y se pierde el tiempo, no se avanza en resolver los problemas ni se detecta sus causas. El debate, para que fuera productivo, exigiría un exhaustivo análisis técnico, una exposición de alternativas con su valoración económica, sopesados sus efectos y el detalle de pros y contras. Entonces, con sólidos argumentos, que quien corresponda decida, busque las perras y actúe.

Tertulia. Cada aficionado es un entrenador en potencia, propone su alineación y plantea su propia estrategia, combustible para una buena discusión deportiva. Imagínese que la grada eligiera la táctica de juego, quién debe ocupar el medio volante o cómo plantear la defensa, por aclamación o a mano alzada, igual da. Imagínese, bastaría hacer la prueba para acabar con el espectáculo. En analogía, las paridas para tratar los problemas del tráfico o de la sanidad o de la economía -cuestiones trascendentes para preservar nuestra calidad de vida- son en realidad materia de nuestra tertulia futbolera, legítimas, en el ejercicio de nuestra libertad individual, pero no aptas para mucho más.

Acción. La participación ciudadana a todas horas y para todo, tan de moda, se convierte en tertulia futbolera. Los elegidos para gobernar traían un plan, pues que lo cumplan, que estén dispuestos a aguantar la presión. Reivindico la eficacia de las urnas, súmmum de la democracia: que no resuelven, pues andando, pongamos a otros.

Concreción. Salvadas las obviedades, no tengo ni idea de cómo acabar con los atascos que sufrimos en Tenerife, un asunto con absoluta prioridad del que derivan otro montón de problemas. Será un túnel entre La Orotava y Güímar, la olvidada Vía Exterior, un nuevo enlace en Las Chafiras, una autovía entre Los Realejos y Santiago del Teide o la implantación de un carril VAO, ni idea, confieso que no sé cual es la mejor opción. Decida usted que para eso se presentó en la lista, mire a ver, estudie las opciones, decida lo que sea, pero hágalo ya. Y si alguien piensa que cualquiera de esas obras pudiera ser un disparate que haga un "canario conoce tu tierra" y constate cómo se resolvió este asunto en Gran Canaria con sus quilómetros de circunvalación, sus túneles, sus viaductos y sus tres carriles hasta donde hizo falta; ¿que todo eso costó un dinero? Pues claro. ¿Que ahora no hay? Pues que lo pinten.

Intereses. Todo este episodio de las cláusulas suelo es muy lamentable. Qué desfachatez del Tribunal Europeo que llama idiota al común de los consumidores. Las hipotecas, un servicio voluntario, ¡vaya esnobismo hoy en día!, amnesia colectiva, olvidamos que éramos expertos en especular sobre plano: las de tipo fijo, las más caras, y las de tipo variable con suelo o sin él, cada una con su precio. Cambiarán las condiciones, no habrá descuento por compartir el riesgo y subirán los préstamos; qué más da, pensarán quienes reclaman ahora, a los más jóvenes que les den. Error descargar en los bancos nuestra frustración, como piezas básicas del engranaje socializan el acceso al capital, primer escalón hacia la igualdad, conclusión que explica muchas cosas.

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