Hasta el madrileño tanatorio de la M-30, donde las secuelas sociales de la muerte se gestionan con aséptica eficacia, me llegó un correo que evocaba el LX aniversario del temporal del 16 de enero de 1957, el suceso más grave de la historia contemporánea de La Palma, que se saldó con veinticuatro víctimas -algunos cuerpos nunca aparecieron- y considerables daños en la mitad de los municipios insulares, de suma importancia en la comarca de las Breñas y la vecina Villa de Mazo.

El remitente -un notable isleño de la diáspora que no olvida la patria chica- incluyó en su e-mail algunos párrafos de "Breña Alta, retrato con paisaje", escrito en mis primeras estancias en este hermoso pueblo donde crecieron mis hijos y el número y la calidad de mis amigos. Recuerdo de infancia, el episodio entró en las hemerotecas por los continuos servicios de Domingo Acosta -redactor de Diario de Avisos y corresponsal de La Tarde y EL DÍA- y también, y sobre todo, por la corriente popular, que, con vates inspirados y humildes y por medio de la décima espinela, que, desde el Barroco hasta nuestros días tuvo ilustre fama y buena salud, narró prolija y emotivamente todas sus circunstancias. En el escueto lenguaje periodístico y en la fácil y sonora rima de los octosílabos se inventariaron todos los daños -más de quinientos evacuados, cien casas destruidas y otras tantas en riesgo de ruina, canteros asolados, cultivos perdidos, carreteras y caminos cegados- y se pusieron nombres y rostros a cada historia y trazos, colores y acentos al drama colectivo sin precedentes ni comparaciones posteriores, afortunadamente.

En los veranos de Breña Alta y en su casa de El Llanito, escenario central de la catástrofe, con mi tocayo Luis Cobiella y su mujer Concha Capote, imaginamos la lluvia breve y terrible, los barrancos rugientes que, a cada instante, multiplicaban su caudal y arrasaban el territorio y las almas sobrecogidas por el ataque feroz de las fuerzas naturales. De aquellas charlas nació el proyecto de una cantata que la muerte del maestro dejó pendiente y que, en su honor, Dios mediante, completaremos unos amigos porque, con la carga de la memoria, al arte le cumple el deber de prevenir los males que nos arrebatan la paz y la belleza. Decía un bardo entonces "Muchos hoy, sabrás lector / viven llorando sus penas / por dentro, piedras y arenas / cargan la cruz del dolor...".