Con el adiós a las fiestas navideñas, el edificio ha vuelto a la normalidad, aunque aquí nada se puede calificar de normal, y menos después del jaleo del día de Reyes. Apenas pasaban unos minutos de las seis cuando, a través del patio, oímos unos gritos enloquecidos. Enseguida descubrimos que provenían de la Padilla. Pensamos lo peor, si es que hay algo peor que coincidir con tus vecinos en plena madrugada en las escaleras en pijama, despeinados y con la marca de la almohada en un lado de la cara.

-Me ha sonado como el grito que dio mi hermana cuando, de pequeña, uno de los camellos la despertó echándole el aliento encima -recordó Bernardo, que acababa de llegar de su turno de noche con el taxi.

-¡Qué asco! Después de tantos meses vagando por el desierto no sé yo a qué puede oler el bicho ese -comentó Brígida envuelta en una especie de bata de franela.

Cuando llegamos al piso de la Padilla, a Eisi no le tembló el pulso, le dio una patada a la puerta y entramos en tropel. En medio del salón, encontramos a nuestra vecina, también en pijama, abrazada a algo gordo y seboso.

-¡Es Cinco Jotas! -gritó Úrsula.

El cerdo no se parecía mucho. Había engordado tanto que Eisi no paraba de lamentar cuánto jamón se había desaprovechado estas navidades.

-Me lo han traído los Reyes -lloraba emocionada la Padilla.

-¿Los Reyes? Eso lo han devuelto los servicios sanitarios porque no tenían donde meterlo -comentó Eisi, achicando los ojos como si intentara calcular su peso.

-Vaya, pues seguro que algún niño se habrá quedado sin regalo porque no creo que un solo camello haya podido cargar con ese peso -lamentó María Victoria.

-Están de coña... No me irán a decir ahora que creen en los Reyes Magos, ¿no? -preguntó Eisi.

Todos le miramos como si hubiera dicho una barbaridad. La había dicho.

-En serio chicos, ¿no creerán que esos tres hipsters con capa de boxeador y corona de roscón son los que dejan los regalos en sus casas? -volvió a preguntar y, otra vez, nadie dijo nada.

La tensión se rompió cuando Xiu Mei llegó saltando como una niña con un paquete en las manos.

-He visto hombre salir corriendo casa mía y ha dado esto a mí -dijo emocionada.

Bernardo, su marido, no cabía en sí de lo hinchado que estaba. Estaba a punto de ver la sorpresa que se iba a llevar su mujer con el bolso de Versace que le había comprado. Sin embargo, cuando ella abrió el paquete, allí lo que había era una tetera de última generación.

-¡Esto quería yo! Gusta mucho para mis infusiones.

Bernardo no entendía nada.

-Pero, corazoncito, tú no me habías dicho que querías una tetera.

-No ti yo pero sí decir Reyes en mi carta.

Desesperados, el resto de vecinos nos dispersamos en busca de nuestros regalos. Los minutos siguientes fueron como un parto múltiple. Cada vez que alguno abría un paquete, salía corriendo a la escalera a compartir la buena nueva.

-No me lo puedo creer. Me han traído los "leggins" de Kim Kardashian -gritó desaforada María Victoria enseñándonos algo en lo que podía caber Úrsula, su hermana, la Padilla, Cinco Jotas y yo juntos.

Con la luz del día, Carmela llegó al edificio. Ese día no trabajaba y le dio igual ver dos pelusas revoloteando por el portal. Estaba llorando y abanicándose con un pasaje para Nueva York. Detrás, Pepe, su marido, no dejaba de gritar que eso no había sido cosa de él.

-Pues claro que no has sido tú. Han sido ellos -insistió Úrsula en clara alusión a los Reyes.

-No soporto tanta chiquillería -se enfadó Eisi y se marchó a su piso, pero a los dos minutos bajó con unas llaves en la mano

-Menos bromitas. ¿Quién ha sido? -preguntó

Ninguno sabíamos de qué hablaba.

En ese momento, un policía entró y nos preguntó de quién era el coche que había aparcado en el vado de enfrente. Al parecer, un señor con barba, capa y corona le había comentado que el dueño vivía en el edificio. Todos salimos a la calle y allí, brillante como los ojos de Eisi, estaba un Audi A8 rojo.

@ IrmaCervino

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