La ciudad de Santa Cruz de Tenerife va a plantar este año por Navidad 50.000 flores de pascua. Un pastizal. Pero da igual, los quinquis se las mamarán como todos los años. Como si fueran los portadores del espíritu de Robin Hood, se plantan con una moto al lado de un parterre, meten tres o cuatro en una bolsa de plástico y salen escopetados. La distinguida finalidad del hurto es llegar victorioso al barrio, poner una encima del televisor de la viejita y regalarle otra a la piba. A esa misma piba estilosa con la que pasa la Nochebuena escuchando el más exclusivo regetón. Ese género de música latina bailable que tanto apuesta por la igualdad entre géneros. Tiran de las flores por cualquier esquina y lo hacen sin sentimiento de culpa alguna, con ese gustillo que da pecar, con esa inconsciencia que lleva pensar que lo que es de todos no es de nadie.

Recuerdo que Manolo Martínez Fresno, siempre obsesionado con la buena imagen, parió la idea de poner por fuera del Cabildo de Tenerife un árbol de Navidad hecho con un montón de flores de pascua. Una cosa preciosa. La inauguración fue espectacular, pero el exjefe de protocolo yacía en sollozos cuando días más tarde llegó a comprobar que quedaban sólo unas pocas flores maltrechas. Y es que el raterismo no era cosa de unos pocos quinquis, sino mayoritariamente de sus madres. Y, qué quieren que les diga, el ADN no falla.

@JC_Alberto