"La primera construcción humana la hicieron los neandertales". Esta afirmación, así a secas, que a la mayoría no nos mueve del asiento, fascinó a los investigadores que descubrieron lo que escondía la cueva de Bruniquel, en Francia. Nada estaba a la vista. Tuvieron que adentrarse trescientos treinta y seis metros en una oscuridad total. Y allí, en lo más profundo de esa gruta, se elevan ante ellos dos círculos. Uno de unos seis metros de diámetro y el otro un poco más pequeño. Están construidos formando un muro con las estalagmitas que crecían en el suelo, debidamente cortadas y dispuestas "de forma cuidadosa, como siguiendo un plan", describe la crónica de El País. Alrededor del gran círculo también están apilados varios montones de piedras. Unas cuatrocientas estalagmitas y algo más de dos toneladas de piedra, en total. El equipo de investigación concluye que todo aquello fue levantado hace unos 176.000 años y que estamos "ante las construcciones más antiguas jamás atribuidas a cualquier especie humana, incluida la nuestra". Es una obra humana y ese trozo de tierra por aquel entonces solo era habitado por los neandertales.

Hasta que este grupo de investigadores no lo publicó en la revista Nature, nada se sabía de las andanzas de los neandertales "por el corazón de las cavernas", dice Juan Luis Arsuaga, el célebre paleontólogo, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica. "Sobre las estalagmitas, no sobre el suelo como parecería más lógico, -escribe- encendieron muchos pequeños fuegos". "¿Se trata de un comportamiento simbólico o hay una explicación práctica?". Eso andan estudiando los exploradores de la historia, pero lo que sí parece que les ha quedado claro es que los neandertales de la cueva de Bruniquel "muestran una sorprendente complejidad social".

Los neandertales eran cazadores-recolectores, enterraban a sus muertos, tenían algún tipo de facultad para el habla y consumían grasas y carnes -la energía que necesitaban para alimentar sus corpachones tan grandes-. "Humanos distintos a nosotros", afirmaba Antonio Rosas, un paleoantropólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del que conservo una sustanciosa entrevista que publicó el CSIC en su web. Estos hombres primitivos "no lo eran tanto", explicaba Rosas. "Se nos abre la posibilidad de que haya habido diferentes maneras de ser humano".

Aquellos hombretones y mujeronas que desaparecieron hace unos 30.000 años desafían a los científicos. Una especie "fascinante, evocadora", de la que "llevamos alguna que otra gota de sangre en nuestras venas", dice Arsuaga. Todos tenemos un porcentaje de genes neandertales. Ellos fueron auténticos europeos que convivieron y se mezclaron con el homo sapiens que invadió el territorio. En realidad, no habla de exterminio sino de reemplazo a lo largo de miles de años. El equipo de Atapuerca juntó las piezas de más de veinte años de trabajo para concluir que los neandertales evolucionaron de una manera muy diferente a como se pensaba. "Cuando empezábamos se veía una historia aburrida (...) pero resulta que no es así." María Martinón, una de las investigadoras, lo expresó de una forma que me resultó reveladora: "En contra de lo que la gente cree, lo bonito de la ciencia no es ver que tienes razón, sino todo lo contrario. Lo más apasionante es encontrarte con que las cosas no eran como tú creías".

En esta atractiva historia nuestra, de vez en cuando, lo que se sabía queda sometido a revisiones y nuevos hallazgos muestran que hay cosas que no se conocían del todo, o no del todo bien. Obligados a replantear relatos y vuelta a empezar, se me ocurre pensar que el método de los investigadores -ese aprender y desaprender para volver a aprender- tiene algo de reto universal. Corregir, redirigir, reedificar. Ceder, comprender, evolucionar.

@rociocelisr