Cada mañana y cada tarde, una misteriosa fuerza ectoplasmática se va generando en el Norte y en el Sur de esta Isla. La cólera de miles y miles de conductores atascados dentro de sus vehículos va generando un aura de mala leche creciente que se desliza por el aire hasta colocarse en torno a la torre de edificio del Cabildo, en la Plaza de España, porque ya no encuentra seguramente aquella otra torre, mucho más atractiva desde el de vista escatológico, dedicada a unos españoles que murieron a manos de otros españoles en nombre de todos los españoles.

Afectados por el cimborrio de ira concentrada y temblorosa de la gente -invisible al ojo humano incluso con las gafas del pesado de Alan Affelou- el ambiente se ha ido calentado en una especie de efecto Fohen que va a terminar produciendo unos imprevisibles vientos huracanados en la ya maltrecha política de Canarias. Tanto que a Carlos Alonso ya le salen miasmas por la boca.

Lo de las carreteras de Tenerife clama al cielo. Primero porque lo que nosotros llamamos pomposamente autopistas provocaría carcajadas en otras zonas desarrolladas del primer mundo del piche entre las que no nos contamos. En esta isla no se ha invertido lo que se tenía que invertir. Para arreglar los pufos que existen en la actualidad (los atascos del Norte y del Sur y el cierre del anillo de los Nibelungos insular) hacen falta muchos años, muchos millones y muchas obras de enorme coñazo que van a complicar aún más la circulación. Así que cuanto antes empecemos, antes terminaremos (lo cual que es una brillante deducción).

Este Gobierno de Canarias lleva poco más de un año de gestión así que no se le puede hacer responsable del estado de las carreteras de la isla. Habría que mirar muy hacia atrás. Porque es un hecho que los presidentes de Gobierno de Tenerife lo primero que han hecho, para hacerse perdonar lo de ser del chicharro (ya saben, la ATI profunda, la hegemonía de la isla picuda y el cuento de la lechera) es inclinar la balanza de las perras en contra de su propia isla. La única responsabilidad que tiene este Gobierno es que ha permitido que las relaciones con el Cabildo de Tenerife se hayan envenenado con las emanaciones tóxico plasmáticas de asuntos personales.

A José Luis Delgado, exconsejero socialista del Cabildo, se le hizo irrespirable subir a la segunda planta del palacio Insular. A la que compartía el mismo hectómetro cúbico de aire que Carlos Alonso le entraban unos sofocos menopáusico-políticos insoportables. Aurelio Abreu tampoco estaba por abanicarle demasiado, así que a Delgado ''le decidieron'' que se marchara por el viejo sistema de la patada ascendente: de consejero del Cabildo a director general de carreteras del Gobierno de Canarias.

Si éramos pocos parió la abuela. Con Delgado en carreteras y el problema de esta isla centrado en el piche, el escenario estaba preparado para una representación de ''La venganza de don Mendo''. Que las relaciones entre el Cabildo y la Consejería de Obras Públicas se hayan ido encochinando, que el entendimiento entre Carlos Alonso y Ornella Chacón haya sido escaso y que las soluciones para las carreteras de Tenerife no hayan llegado, no puede desvincularse de la presencia de Delgado por los alrededores.

A Carlos Alonso se le ha ido llenando la cachimba. Tanto que esta semana ha desatado una venenosa andanada contra los socialistas en el Gobierno, de los que dice que no se van de los sillones ni empujándolos con un gato hidráulico. Eso que lo piense Gustavo Matos está bien, pero ni siquiera él se atrevería a decirlo (si lo pensara o pensase). Que lo diga Alonso quedó fatal de los fatales. Quedó mal con los socialistas. Mal con su compañero Clavijo. Y mal, sobre todo, porque dejó con el trasero al aire a los negociadores de Coalición que llevaban una semana haciendo el indio con los negociadores del PSOE haciéndole el boca a boca a un pacto que está más muerto que Rascayú. Y quedó mal, sobre todo, porque en realidad, del gobierno no se quiere ir nadie ni a tiros. Incluidos los suyos.

Pero Alonso está cabreado porque no le hacen hace puñetero caso. Si a Gran Canaria le tocan un metro lineal de piche de la carretera de la Aldea se monta la mundial. Por el tema de la Sanidad se llegó a pedir por algunos socialistas la dimisión de Clavijo. Y a la que Alonso le patina el verbo con una salida de madre, el PSOE le acusa de cagarse el pacto, cuando lo que quiere realmente es asfalto.

A los socialistas, sus socios de gobierno les han levantado el municipio de Granadilla: o lo aceptan o los mandan al carajo. No se trata del soliloquio de Hamlet ni de resolver la conjetura de Poincaré. Es mucho más sencillo. Pero llevan dos semanas moliendo la batata que si sí, que si no, que si tal vez.... Es razonable que el PSOE cabreado decida romper el pacto. Pero no que la crisis se eternice mientras todo se envenena alrededor. La política consiste en resolver problemas, no en crearlos. Que es lo que ahora mismo parece que están haciendo los dos socios. Puro ectoplasma.