Un directivo español está en el top de los mejores cien jefes del planeta. Se trata de Pablo Isla, el presidente de Inditex, que hace seis años sustituyó a Amancio Ortega al frente de la multinacional española. Isla ocupa el tercer puesto destacado por segundo año consecutivo. Esto es lo que dice la revista Harvard Business Review, una prestigiosa publicación que elabora el ranking desde 2010 con una notable consideración en el mundo de los negocios. Al parecer, es uno de los análisis más exigentes del mundo sobre directivos de todos los países. Según he leído, los investigadores empiezan a realizar mediciones sobre la marcha de la empresa desde la llegada del jefe y así se detienen en beneficios, dividendos, inversión... Sin embargo, en los últimos estudios han añadido otros indicadores que tienen que ver también con la sostenibilidad social y el medioambiente. Por lo que leo, esta investigación toma en cuenta la manera de actuar de los ejecutivos y toma nota de aspectos como la responsabilidad social y el liderazgo.

Buscando alguna referencia más personal del directivo español he leído que Pablo Isla "dosifica sus apariciones en público" y "prefiere pasar inadvertido". Se ve que prefiere la discreción. Sin embargo, el trabajo de la famosa revista americana recoge una entrevista en la que Isla aborda su liderazgo. Cuando le preguntan por la forma de organizar al equipo de profesionales que le rodea dice que le parece "esencial preservar el espíritu emprendedor". Añade que tratan de "no tener muchas reuniones; en cambio, caminamos mucho, comentamos y pocas presentaciones formales". Se refiere a su organización como una "organización muy plana", eso significa "que muchas personas tienen el poder de tomar decisiones". Y hace una confesión que aparece destacada en los medios que he consultado: "Estoy aprendiendo poco a poco a ser menos racional y más emocional". "Necesitamos apelar a las emociones de nuestros empleados para ayudarles a crear un ecosistema en el que puedan innovar", explica. "Su liderazgo -cuentan - sigue manteniendo cierto grado de racionalidad, pero ha ido ganando emoción".

El investigador Francisco Mora, que es doctor en Neurociencia por la Universidad de Oxford, explica que la emoción es el elemento esencial en nuestro aprendizaje. Alguna vez le he citado. Según Mora, "sólo se puede aprender aquello que se ama, aquello que te dice algo nuevo, que significa algo, que sobresale del entorno. Sin emoción no hay curiosidad, no hay atención, no hay aprendizaje, no hay memoria". Más allá del ámbito de la enseñanza de las criaturas, la emoción trata de abrirse paso entre las organizaciones y entre los adultos.

La emoción va subiendo grados. La emoción nombrada y gestionada. A poco que teclees en el buscador, miles y miles de entradas responden de inmediato. Daniel Goleman, el célebre autor del best-seller publicado en 1995, Inteligencia Emocional, hablaba de la "eclosión sin precedentes de investigaciones científicas sobre la emoción". Los nuevos medios tecnológicos nos han desvelado por primera vez en la historia humana uno de los misterios más profundos. "La ciencia -escribía Goleman- se halla en condiciones de cartografiar, con cierta precisión, el corazón del ser humano".

Lo más interesante, me parece a mí, es que "esa comprensión -desconocida hasta hace unos años- de la actividad emocional y de sus deficiencias pone a nuestro alcance nuevas soluciones": la empatía, la capacidad para encontrar puntos en común y estrechar lazos o para gestionar los impulsos, la habilidad para tratar a los demás, para motivarse o para motivar... Y esas habilidades, esas capacidades, esa forma de ser emocionalmente inteligente -insiste el escritor- se puede aprender. Sin bucear en tanto argumento científico, Goleman explicó más sencillamente que hay "una antigua palabra para describir este fenómeno: madurez".