Cuando Carmela gritó desde el portal que el nuevo inquilino acababa de bajarse de un taxi, Eisi accionó el hilo musical del edificio y la novena de Beethoven empezó a sonar como si estuviéramos en el cielo. El padre Dalí se asomó al hueco de la escalera y levantó los brazos. Solo cuando Carmela volvió a soltar un chillido desagradable, fue consciente de que seguía entre los vivos y regresó a su piso para seguir preparando la misa que oficia los martes en la azotea.

El que estaba a punto de convertirse en nuestro vecino era un hombre diminuto con un vozarrón tremendo. Lo único que sabíamos de él era que tenía mucho dinero porque así nos lo había contado Eisi cuando le realquiló el ático, engañándole con que el edificio era un hotel de lujo.

-Hay que tratarlo como un señor -nos dijo María Victoria mientras bajaba las escaleras a su encuentro, enfundada en un traje con manchas de jirafa en relieve.

-Si tiene tanto dinero, no entiendo qué hace aquí -se quejó Bernardo, vestido con unas mallas ajustadas y una camiseta fluorescente.

-Pero ¿qué demonios haces así? -le echó en cara Eisi.

-¿No me dijiste que me hiciera pasar por corredor?

-De ne-go-cios. Me refería a corredor de negocios no de la San Silvestre. Tira para arriba y ponte una corbata, anda -se enfadó.

Carmela bajó a recibir al nuevo huésped al portal.

-Buenos días, señor rico..., bueno..., quiero decir, señor normal. Enseguida alguien le sube las maletas a su piso..., ático..., "suite".

La Padilla se ofreció a cargar su equipaje y a acompañarle a su nuevo hogar. Tenía la esperanza de que le diera una propina jugosa. El hombre subió en el ascensor con María Victoria, Carmela, la Padilla y cinco maletas. Al llegar al rellano del ático, Eisi estaba allí y se presentó como director del hotel.

-Encantado de tenerle entre nosotros, don Vito -dijo, agachando la cabeza.

Las tres mujeres se miraron asombradas y movieron los labios al unísono

"¿Corleone?".

-Ay, mi madre que hemos metido a la mafia en el edificio -temió la Padilla.

-¿Es usted Marlon Brando? -le preguntó María Victoria, que se llevó un codazo de una de sus vecinas, que le aclaró que Marlon ya había muerto, con lo que entró en una crisis de ansiedad porque no se había enterado.

-Eisi miró a las tres mujeres con cara amenazadora. Ellas entendieron el mensaje y cortaron la conversación absurda como hacen algunas cadenas de televisión cuando van a publicidad.

Don Vito entró en su suite y, de repente, empezó a toser.

-¿Quiere un vasito de agua? -le ofreció Carmela.

Él dijo que no con su voz de ultratumba y la negativa debió oírse hasta en la Moncloa.

Eisi le explicó dónde estaba cada cosa y le informó de que la comida se serviría a las dos de la tarde en la planta baja. El hombre bajó los párpados como diciendo "perfecto". No paraba de toser.

-Antes de cerrar la puerta, la Padilla extendió la mano con disimulo pero no cayó propina.

-De vuelta al ascensor, Carmela preguntó quién iba a preparar la comida y Eisi aclaró que Xiu Mei sería la cocinera del hotel.

-A la una y media, el portal se transformó en un comedor, y a las dos todo el edificio olía a soja. Pasaron los minutos y el señor no bajaba. Después de una hora esperando, decidimos ir a buscar a nuestro vecino, sobre todo, porque Xiu Mei se había puesto impertinente con que cuanto más tiempo pasara menos propiedades tendrían los hongos de la salsa que había preparado.

Tocamos en su puerta pero no respondió, así que, sin dudarlo, Eisi cogió la llave maestra y abrió. Allí, en medio del suelo, encontramos tirado al señor rico. Tenía la cara hinchada y no dejaba de toser.

-Lo que yo decía. Es un mafioso y le han dado una paliza -gritó la Padilla.

-Qué paliza ni qué chorrada, que soy alérgico a la lejía -gritó, entre tos y tos, don Vito.

Eisi miró a Carmela y ella se puso a la defensiva.

-A mí me dijeron que limpiara a fondo y eso fue lo que hice.

-Chiquita mafiosa la freganchina esta -comentó la Padilla.