Existe una fijación infantil en esto de los debates políticos. Se considera que son como los partidos de fútbol en donde o se gana o se pierde o se empata. Pero nada más lejos de la realidad. En las confrontaciones políticas hay tantos resultados como analistas. Los políticos van, sueltan su rollo y escuchan el rollo de los demás. Pero ya se sabe de antemano que nadie va a convencer a nadie de nada. Es realmente un diálogo de sordos. Porque los partidos están tan seguros de lo que están haciendo que los argumentos del prójimo se la refanfinflan.

No es nada ajeno a lo que ocurre en la calle. En este país la gente cuando discute sólo oye sus propios argumentos. Pocas personas son capaces de escuchar las razones ajenas y sopesarlas. Y son muchas menos las que cambian en algo sus opiniones después de considerar las informaciones o juicios que les aporta otra gente.

Los políticos, por lo tanto, no quieren discutir, sino convencer. Así que los resultados de una confrontación de opiniones blindadas sólo pueden acabar en empate, que el resultado de todos los debates parlamentarios. Todos ganan y todos pierden, en cierta forma.

Para las respectivas hinchadas, el mejor, sin duda, fue su líder. Lo que pasa es que la tozuda realidad se impone. En este debate sobre el Estado de la Nacionalidad de la Macaronesia Inferior llamada Canarias, me pareció en ocasiones que estaba asistiendo a una actuación de Les Luthiers, en aquel famoso discurso de Rabinovich, el de la vieja leyendo ebria..., digo, de la vieja leyendo hebreo. Igual es injusto pedirle a todos los políticos que sepan hablar. Yo qué sé. Es difícil. Poner todo junto; un sujeto, un verbo, un predicado y un número inusualmente alto de adjetivos es una tarea hercúlea que no está al alcance de todo el mundo, excepto si has nacido en Argentina. Pero leer más o menos bien, con cierto énfasis, con convicción, con seguridad, no es algo tan difícil como levantar una pirámide. Y ahí nuestras señorías, como las selvas amazónicas, son una densa trama de vegetación donde la luz del sol no llega al suelo.

El residuo de la combustión de tanta brillantez parlamentaria como la que hemos vivido esta semana es que Canarias tiene un gran consenso en materia de financiación. Todos estamos ya de acuerdo en que nos han dado y bien dado por donde más duele. Y todos estamos de acuerdo en que el tema hay que arreglarlo. Para llegar hasta aquí hemos recorrido un tortuoso camino de convencimiento. Después de cuatro años bajo una catarata, los padres de la patria han descubierto que estamos mojados. Ante tal revelación y la magnitud del esfuerzo intelectual que han necesitado para llegar a esa enorme conclusión, es de suponer que los sesenta granaderos, valientes paisanos de lengua de acero, se tomen ahora un tiempo de descanso para reponerse del agotamiento mental. Las neuronas quemadas no se recuperan, pero eso en el Parlamento no va a ser un problema.