De reunirse Amelia Folch y sus agentes Pacino y Alonso en la cafetería del Ministerio, es muy probable que estuviera mostrándoles las directrices de su próxima operación para acabar con los viejos rencores y personalismos frustrados de dos políticos, causantes de la pérdida de votos del nacionalismo actual, dividido ahora y con escasa relevancia en los foros nacionales, como ya se ha visto tras los resultados de diciembre. Pero no voy a incidir en esta misión ficticia, que yo calificaría de suicida, dado el empecinamiento mutuo de dichos dirigentes. Uno en su sillón ministerial (en funciones), y otro subordinado a un partido nacional. Así que aquí lo dejo, por ahora.

Centrándome más en lo local, pese a las inevitables comparaciones con la otra isla capitalina, he sostenido una charla con mi condiscípulo Isauro Abreu, en la que de forma larga y tendida hemos estado "arreglando" (según nuestra veterana opinión) algunas dejaciones urbanas en mi pasado comentario sobre el patrimonio histórico de Santa Cruz. Me ha reprochado mi olvido de citar el Balneario y la antigua residencia "José Miguel Delgado Rizo" -voluntario de la División Azul fallecido en combate en la lejana Rusia e hijo de don José, el encargado casi vitalicio de la piscina y la playa; ya que de la citada residencia, ahora en ruinas, su director más conocido fue don Enrique García Grande-, edificio en donde se alojaron cientos de "productores" -la Dictadura detestaba las expresiones obrero o trabajador- y sus descendientes, que llegaron a ser consejeros del Gobierno de Canarias en legislaturas anteriores. Así, pues, el proyecto de su tardía restauración, anunciado por Rosa Dávila y con un presupuesto de un millón ochenta mil euros, no habla de la reposición de la contigua batería del Bufadero, obra del comandante e ingeniero Luis Durango en julio de 1896 y comenzada en 1897, y que por su condición de edificio militar sus materiales conservan mejor solidez que los de las instalaciones del Balneario y la Residencia, edificada esta última sobre unos cimientos de callaos inestables.

No manifiesto desacuerdo con esta opción, que he reivindicado varias veces, pero me consta que, al margen de los mencionados la pasada semana, tenemos aún restauraciones que reclaman más apremio en resolverse, como supone el emplazamiento y reposición del monumento de la Gesta, ahora guardado y en espera de decisión -que a mi juicio no es del todo representativo como lo fue el fallido proyecto de Borges Salas-, pese a sólo señalar la participación femenina en apoyo de los defensores. Su lugar idóneo sería la esquina del grupo escultórico alusivo a Franco del socialista Juan de Ávalos, pues quedaría cercano a donde existió una batería defensiva y de cara al puerto capitalino. En cuanto a la escultura del ángel, podría incluirse dentro del recinto de Almeyda, porque el arte carece de ideologías. No obstante, la idea de situarla en el reducido espacio de la desaparecida batería de San Francisco me parece menos factible. Me viene a la memoria la definitiva restauración del castillo de la Luz, rendido por su alcaide ante el ataque de Van der Does, y la reinauguración del cubelo de Mata en memoria de su defensor Alonso de Alvarado. Dos monumentos significativos de un pasado de la otra isla capitalina que dicen mucho de su celo conservador, en detrimento de nuestra apatía por materializar lo que sobrevive de la plaza fuerte más importante de Canarias.

Me queda pendiente opinar del futuro trazado de las líneas del tranvía y su repercusión en la economía ciudadana, pero será otro día.

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