Esta vez no he querido hacer algo que se aleje de la atenta observación de las más recientes primeras planas de los periódicos editados en España, locales y nacionales, y de las páginas de inicio, de presentación o arranque, de los digitales informativos más rigurosos. Enseguida les cuento. Hago esto porque han pasado casi tres meses desde la celebración de las elecciones generales de diciembre pasado y el desierto político que impide la constitución de un nuevo Gobierno en España sigue avanzando a toda prisa hasta quizá alcanzar el que por ahora parece único oasis que alivie la sed de diálogo en torno a la ideas y la búsqueda del consenso: la convocatoria de nuevos comicios en junio próximo, si es que al final el recuento resultante no genera otro charco que solo humedezca los labios secos y así todo lo convierta, de nuevo, en puro espejismo.

Sea como fuere, y en este momento más me inclino por que será así (¿otro fracaso de la política?), no es eso a lo que iba de forma principal, aunque a veces así lo piense, sino que el núcleo de la columna de hoy es reflexionar y acercar el dibujo que, jornada tras jornada, nos ha ido dejando la verdad publicada, la maraña de titulares que entran en nuestro campo de visión y lo inundan todo. Entre esos mensajes escasean los que aluden a avances en las negociaciones políticas, a la profundización en acuerdos que caminen hacia la mayoría y a la descarga mutua de mochilas llenas de líneas rojas para luego intentar la confluencia en un corondel grueso formado por la suma de otras verdes.

De esto hoy no existe nada: ¿incapacidad?, ¿distancias insalvables?, ¿extremos que jamás convergerán?, ¿país dividido en dos mitades? No sé, la verdad. No puedo construir una certeza a partir de tanta casquería política y de partido, pero sí advierto que, mientras las distancias se alargan y las soluciones no nacen, este país se va consolidando como una potente caricatura de la indecencia, como un espacio que tiene como morfología más identificable la del chorizo, como un territorio de la vendetta; además, y quizá esto sea lo peor, incluso con el uso de medios y recursos que son de todos: los públicos.

Esta España que ha delineado el PP y otros partidos con trazos de corrupción, más de la cuenta y de los necesarios, se ha convertido en un enorme vertedero incontrolado y descontrolado en el que, a poco que se remueva la mierda, aparecen múltiples recortes de titulares con este tenor: "Un concejal de la etapa de Barberá, sobre el blanqueo [del PP en Valencia]: [Es] corrupción política total", o lo dicho por Grau acerca de su exjefa, la antigua alcaldesa Rita Barberá: "Que se ve que se le quema el culo, pues que se le queme". O quizá este otro, también muy reciente: "El concejal del PP en Palafolls Óscar Bermán asegura que, en una sociedad seria y sana, Colau [la alcaldesa de Barcelona] debería estar limpiando suelos", con su adecuada respuesta por parte de la insultada de manera tan burda y grosera: "#EnUnaSociedadSana ser alcaldesa y fregar suelos es compatible. Ser machista y concejal no debería serlo".

La ristra de desechos es interminable porque la porquería acumulada es casi infinita. Es una exageración, sí, pero también a lo que más se va pareciendo este país. Para coincidir en esta misma interpretación, no hay más que darse un paseo, sin mucho detalle, por las primeras páginas de la prensa y por los espacios de apertura de los periódicos digitales más serios. La presencia de basura política, choriceo, corrupción, chulería, detenciones, réplicas y contrarréplicas con vocablos de contenedor es tal y tan apestosa que, imitando al escritor y ensayista ya fallecido Miguel Delibes, yo estoy a punto de gritar aquello de, "por favor, que paren la Tierra, que quiero apearme". País de chochos y moscas.

@gromandelgadog