Nací en una calle que entonces se llamaba Barranco de San Felipe, porque el barranco estaba detrás; luego la llamaron calle Nueva, porque la calle adyacente, donde se hacían las fiestas, se llamaba así. Y como era una calle sin nombre durante muchos años la gente la llamó como quiso, hasta que le pusieron número y parecía que para siempre iba a llamarse la Calle Nueva del Puerto de la Cruz. Recuerdo cuando escribieron el número de mi casa, el 119, que me pareció excesivo, porque en el barrio no había tantas casas.

Pero un día alguien tuvo una idea de las que sólo prosperan en los barrios y en los bares. Resulta que una pareja (Lola y Juan) que se vino a vivir al barrio montó un bar, que hacía falta. Allí jugábamos al billar (al chapolín, en realidad) los muchachos. Como yo ya era del Barça elegía las bandas blancas como objetivo, de modo que así me hacía la ilusión de batir madridistas. Cosas de niños. El bar, como la calle, no tenía un nombre propio; no porque fuera anónimo, porque todos sabíamos que era el bar de Lola, sino porque no hacía falta: no había otro bar, no cabía confusión. En él nos confundíamos los chicos y los viejos, a los muchachos nos toleraban que estuviéramos allí el tiempo que fuera, porque era un bar tranquilo donde la gente jugaba, reía y tomaba café con leche. Yo a veces comía bocadillos de panes largos y compraba dulces de tres pisos, que así los llamábamos.

Pues un día pasó que alguien pidió pagar al fiado. Y alguien le recomendó a Lola que no fiara. Le dijo esto: "Mal te veo si fías, Lola". Los parroquianos tomaron al vuelo la expresión, la repitieron lo suficiente como para que todo el mundo la dijera y al final el bar de Lola se llamó para siempre el Malteveo. Pasó a ser punto de referencia de los que dábamos nuestra dirección: encima del Malteveo, debajo del Malteveo, al lado del Malteveo... Pasó a ser tan importante la expresión, tan útil, que un día el ayuntamiento (no sé si el alcalde era Salvador García Llanos) nombró la calle sin nombre en la que había un bar también anónimo con ese nombre ilustrado por el pueblo: Malteveo. Nadie se opuso; el bar era casi tan importante como una biblioteca, la pareja que lo llevaba era gente benemérita y generosa y el bar era un afectuoso lugar de reunión. De modo que así se llamó el bar y así se llamó la calle en la que nací muchos años ha.

Fue un cambio natural. Por fortuna, no le pusieron nombres de la antigua violencia, como en mi propio pueblo (donde hay nombres también sacados de la tradición popular, el Callejón Cagado, por ejemplo, donde vive el gran Nicolás Rodríguez Munzenmeier, gran amigo de Zidane) y como en tantos pueblos españoles a los que les colaron, en el callejero, nombres propios de los que ganaron la guerra. Esa nomenclatura de las armas fue un exceso, sin duda, una apropiación indebida de la historia de este país, asaltada por los militares de Franco para instaurar la venganza como continuación de la guerra por otros medios.

Ahora los nuevos ayuntamientos han hecho lo que de otra manera se hizo cuando acabó la dictadura: restaurar nombres anteriores, impuestos por la tradición habida en paz. Catedráticos, escritores, médicos ilustres, personajes de abolengo, pacíficos ciudadanos, volvieron a protagonizar las calles. Algunos excesos ha habido y hay; como mi calle tiene un nombre tan incontestable, a nadie se le va a ocurrir nunca, imagino, quitarle esa nomenclatura, sería una barbaridad.

Entre las barbaridades que ha habido en Madrid, por ejemplo, estuvo la de quitar a don Álvaro de Bazán (en estatua) de la plaza del ayuntamiento, para poner (en estatua) a Tierno Galván. Es evidente que quienes intentaron eso no tenían ni idea de quién había sido aquel prócer. Tierno se hubiera indignado, claro. Y Tierno fue a parar a Cibeles y dejaron allí a don Álvaro, donde estaba.

De resto a mi que no me toquen el nombre de Malteveo. Pero me parecería muy bien, por ejemplo, que donde un día estuvo, en Santa Cruz, el ínclito general Goded esté el nombre inolvidable de don Domingo Pérez Minik, que fue su habitante. No es capricho, es justicia. Con perdón.