Este 2016 bisiesto ha comenzado muy mal para mi entorno. En enero hemos perdido varios amigos íntimos cuyo recuerdo perdurará para siempre, y además algunas enfermedades se han cebado y han hecho estragos en casa, a ver si nos dejan ya un poquito tranquilos. A dos bronquitis y una gripe A que han tocado al género femenino del hogar, hay que añadir el vértigo. ¡Vaya cosa mala! Creo que es la tercera vez que me asalta, y aunque a la mayoría dicen que les ataca por el laberinto del oído, la mía parece ser de cervicales, por lo que me ha impedido acompañarlos en entierros y misas de duelo, algo que siento profundamente, pues me hubiera gustado cumplir con sus familias, que están pasando por momentos tan tristes.

Entre esas pérdidas está mi entrañable Eduardo García, al que conocí hace bastantes años. Ambos estuvimos metidos en un montón de fregados comerciales, por lo que compartimos muchas horas del día luchando por nuestras empresas y defendiendo también las de los demás, en una época difícil donde no hubo tregua y los problemas achuchaban. Pasado el tiempo se puede hablar del porqué de aquel intenso trabajo, que no fue otro que las quiebras de distintas cooperativas que afectaron al comercio minorista de la isla, COIDETAL, CODISCA, COTEBA...

Fueron tiempos duros en los que también hubo mucha camaradería y compañerismo. Junto a José Antonio Padrón formamos un trío y nos llamábamos número 1, 2 y 3, aunque nunca supimos bien quién era cada cual. En aquellas reuniones que nos ocupaban muchas horas al día había que tratar con afectados, entidades bancarias, abogados, jueces... En una ocasión fuimos a visitar al Juez de la Quiebra, y por entonces en una entidad bancaria había un saldo superior a 100.000.000 pesetas, dinero que se necesitaba para gestionar los problemas. Pagaban un 1% de intereses mientras en la de enfrente daban un 12%. El juez dijo que el dinero era intocable, pero según el código civil deberíamos actuar como buenos comerciantes, por lo que al día siguiente trasladamos las perras, y meses después, con el balance de situación sobre la mesa, se echó a reír, socarrón, al ver los beneficios. Y mientras tratábamos de salvar a las cooperativas, algunos de sus integrantes se paseaban por las instalaciones con el fin de trincar lo que estaba al alcance. No podíamos negarles la entrada, por lo que nos obligaron a tener que vigilar sus pasos, ya que ser síndico de una quiebra (hoy se llama situación concursal) es un tema serio y de mucha responsabilidad, con procedimientos que se alargan en el tiempo. Al final, defendimos los intereses de los perjudicados y no recibimos ni una sola felicitación ni agradecimiento.

Eduardo llegó de Las Palmas como gerente de Comercial Cid, y en cuanto pudo se independizó y montó su propia empresa relacionada con la fabricación de colchones. Recuerdo que tomábamos café casi todos los días, y aprovechábamos para dar largos paseos matutinos que servían para despejar un rato la cabeza e intentar reducir peso, pues ambos compartíamos barriga cervecera y tratábamos de hacer régimen de adelgazamiento. Lo conseguimos esporádicamente, pero después volvimos a las andadas.

Además de sacar adelante su empresa y su familia, también participó en actividades con los empresarios, y dedicó años a diversos comités ejecutivos, el de la Federación, la Confederación y la Cámara de Comercio, donde estuvo como contador, echando horas y dando conformidad a documentos contables, cuyo responsabilidad se llevaba a casa, para repasar los enormes portafolios de información antes de descansar y quitando horas de sueño y de vida familiar.

Extraordinario padre de familia, luchador incansable y defensor de los derechos de los comerciantes, Eduardo se entregó con ahínco a todo lo que fuera necesario y positivo para nuestra tierra, y no hablo solo de Tenerife, pues cuando oigo criticar a personas de la isla de enfrente, me da un poco de risa y a veces pena cuando algún tinerfeño se excede de individualista o es poco receptivo al asociacionismo. En aquellas reuniones la mayoría éramos nacidos en Las Palmas, pero vivíamos aquí y comerciábamos con todas las islas.

Qué difíciles son las despedidas cuando un amigo se va. Pena y resignación. Aquí quedan Alicia y sus hijos, un abrazo fuerte para ellos.

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