En "Las venas abiertas de América Latina", Eduardo Galeano dibuja un fiel retrato de la conquista y explotación de América por Europa. Porque aunque fue España a quien se atribuye la gesta, la realidad es que los ríos de oro y plata fluyeron desde las Indias para perderse por los banqueros y monarcas más importantes del viejo continente. España se enriqueció pero menos que otros, de los que fue una complaciente palanganera.

La invasión de América fue, como todas las invasiones, espantosa. Cada vez que una potencia armada se encuentra con un pueblo más débil y atrasado suele ocurrir que este último sucumbe. En Canarias, sin ir más lejos, el choque de dos civilizaciones, una, la castellana, moderna y otra, la aborigen canaria, sumergida aún en lo que los vulgos llamamos la Edad de Piedra, se saldó casi con un genocidio. Nos pasaron por la piedra, como quien dice. Luego la historia fabrica las epopeyas imaginarias. Está la épica de los perdedores, los buenos salvajes, arrasados de forma inmisericorde por la maquinaria de guerra de los invasores. Y el relato de las glorias de los ganadores, bondadosos, evangelizadores y civilizados. Y ambos constructos son naturalmente mentira.

El Día de la Hispanidad ha despertado una oleada de protestas de quienes practican un chovinismo a la inversa: creer que España es un país marcado aún hoy por la leyenda negra de sus crímenes en América. La estupidez es una manifestación entrañable de la ignorancia. Mirar la historia con ojos de juez es tan sencillo como inútil. La vida misma, desde que el hombre es tal, es una larga crónica de muertes y guerras y sangres derramadas.

Antes de que los españoles llegaran a América con la viruela y la sífilis, con la cruz en el pecho y la espada en el culo, los mayas habían levantado un imperio basado en la crueldad y la explotación de los pueblos de su entorno, a los que esclavizaron y sometieron. Los aztecas mataron a millones de buenos indios y les sacaron las entrañas, como ya nos enseñó Mel Gibson entre cubata y cubata. Los británicos masacraron a millones de personas en la India antes de meterlos en la Commonwealth para producir textiles. Los anglosajones puritanos del Myflower, la escoria de Gran Bretaña sacada de las prisiones y embarcada a la fuerza, fundó las colonias y acabó exterminando a las tribus indias norteamericanas. Leopoldo II de Bélgica se enjuagó las manos con millones de muertos en el Congo. Stalin masacró a millones de personas, al igual que Hitler y en la creación de la URSS y de la gran Alemania se mezcló la pólvora y la sangre como principal elemento constructivo. A la historia de la gran mayoría de los Estados contemporáneos le pasa como a algunos edificios de grandes ciudades, que están construidos, sin recordarlo, sobre viejos comentarios.

Siguiendo el razonamiento de quienes abominan hoy de la hispanidad por sus antiguos crímenes, va a resultar que en el fondo Jordi Pujol tenía razón. Nada mejor que poner el corazón en Andorra, que jamás, que se sepa, ha invadido a nadie. Y el corazón para un buen catalán ya se sabe que está al lado de la cartera.