Por razones familiares estoy en mi villa natal. En esta ciudad del norte ("de Europa"), con magníficos servicios y equipamientos el Ayuntamiento tiene déficit cero. Es lo más llamativo para sus hijos que llevamos muchas décadas fuera.

Paseo por Guecho, las grandes mansiones otrora residencia de los dueños de casi todos los sectores estratégicos de España (minería, banca, siderurgia, navieras, construcción naval, eléctricas...) siguen teniendo enfrente las grúas de Santurce y el ir y venir de barcos por el Abra bilbaíno. Aunque parezca igual, casi todo ha cambiado. Hace muchos años que las cotizaciones de la bolsa de Bilbao dejaron de cerrar los telediarios. No obstante sigue siendo una de las zonas más pujantes de España, el paro, fracaso escolar, producto interior y sueldos no pueden compararse con Canarias. Da cosa reproducirlos. Finalmente yo también soy canario, sin renunciar a nada.

Durante el s. XIX la minería, la siderurgia, y las transacciones con Inglaterra posibilitaron la primera gran acumulación capitalista en la cuenca del Nervión; luego vendría el poder financiero y los demás sectores extendidos por toda España.

En la década de los 80 del siglo pasado aquella concentración industrial se vino abajo casi de golpe. Cada año veías su desmantelamiento. Hasta Altos Hornos de Vizcaya dejó de escupir fuego y alumbrar la Ría.

Había que reinventarse, una ciudad de servicios se dijo. El Guggenheim (Bilbao es muy tradicional), pese a una fuerte oposición al proyecto, salió adelante. Tengo para mí que los políticos están para gobernar y llevar adelante lo que creen, y no para someterse a los instintos populares más reaccionarios. Casualmente siempre contra el progreso.

De niño, ya leía en el Correo cómo pescadores de Bermeo bajaban hasta Dakar a pescar; ahora llevan decenios en varios océanos. En Mundaka, en vacaciones, oía a los ejecutivos bilbaínos cómo no paraban de viajar por el mundo, pero también había pequeños empresarios que, sin idiomas, montaban empresas de viajes recorriendo toda África para trasladar las tripulaciones bermeanas a Seychelles y otros lugares; otros vendían manufacturas y maquinarias siempre lejos. Un conocido ahora va todos los meses a China. Unos empresarios vascos instalaron pabellones en Turquía para suministrar algún elemento nuclear a Irán.

De siempre el modelo económico vasco ha sido el que imponía el mercado en el mundo -el sistema-mundo que diría Wallenstein-, y era la sociedad civil y ciertas disposiciones y tradiciones las que las ejecutaban. Sin eso, solo hay un modelo: la educación y una nueva mentalidad y valores. No hay modelos comarcales.