Los canarios están cansados de sus políticos. La sociedad de estas Islas quiere cambios. Llevamos años pidiendo una renovación desde las páginas de EL DÍA. Necesitamos nuevas caras al frente de nuestras instituciones. Esos hombres y mujeres con las ideas claras y la mente limpia a quienes se refería José Rodríguez con mucha frecuencia. No hemos querido tomar partido por Paulino Rivero ni por Fernando Clavijo en el proceso que han seguido los nacionalistas para elegir a su candidato de cara a los comicios de mayo de 2015. Sin embargo, no ocultamos nuestra alegría por la renovación. Tampoco hubiésemos votado por Patricia Hernández como candidata socialista aunque, igualmente, no nos desagrada su designación porque aporta una imagen nueva.

muchas oportunidades para resolver los problemas de los canarios. ¿Por qué no lo han hecho? No lo sabemos. Tal vez haya sido por incompetencia o, peor aún, por pereza. Durante casi dos legislaturas, Paulino Rivero no ha conseguido cambiar la tendencia de la economía regional. Ahora, afortunadamente, no seguimos hundiéndonos en un pozo negro, pero tampoco salimos a flote con la celeridad que necesitan los 362.000 canarios que están en paro, según datos de la Encuesta de Población Activa. Esa cifra nos quita el sueño.

Este año, 2014, toca a su fin sin haber sido todo lo bueno que esperábamos. Mentiríamos si negásemos que la recuperación ha comenzado. El problema está en la lentitud de la remontada. Algunas parcelas florecen mejor que otras. El sector turístico vive su mejor momento desde hace décadas. La contratación de personal no está siendo todo lo numerosa que cabía esperar -sigue existiendo un déficit de unos 50.000 empleos si comparamos las actuales cifras de colocación con las existentes antes de la crisis-, pero cualquier mejoría en estas circunstancias siempre es de agradecer. No cabe decir lo mismo de la actividad comercial. Publicamos el domingo un interesante reportaje sobre lo que era el puerto de Santa Cruz en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, cuando hacían escala en sus muelles los vapores de la Compañía Trasatlántica. Días en los que no se podía acceder al muelle Sur debido al gentío que se acumulaba junto a esos barcos. Añoramos también los años sesenta de la capital tinerfeña, con sus calles abarrotadas de viandantes en busca de las oportunidades ofertadas por unos comercios que florecían a la sombra del régimen de puertos francos.

Esa bulliciosa agitación comercial se ha evaporado hoy en día. Algunos han dejado morir el puerto capitalino. Ya no existe ni una cafetería en la estación marítima. La que había cerró hace dos meses. ¿Dónde está el presidente de la Autoridad Portuaria? ¿Qué hace? Oímos hablar de proyectos pero queremos ver obras en marcha. No nos basta con los titulares en los periódicos. De eso nos encargamos nosotros. Qué diría Juan Antonio Padrón Albornoz si levantara la cabeza y viese en qué se ha convertido su amado puerto.

No ocurre lo mismo en Las Palmas. Una ciudad que mima a sus muelles y que mantiene una gran actividad marítima. Lo que han perdido en el tráfico de contenedores, lo han ganado en la reparación de plataformas petrolíferas. Una industria que no ha hecho más que empezar, considerando los numerosos campos ya en explotación a lo largo de la costa occidental de África, así como los que, previsiblemente, se incorporarán al mapamundi del petróleo en un futuro no muy lejano. Una publicación digital anunciaba el pasado viernes un fin de semana de lujo en el principal puerto de la tercera isla. Más de 23.000 visitantes se esperaban durante el sábado y el domingo en el muelle de Santa Catalina. Eso es vida. Eso es actividad económica, que siempre es el primer paso para el empleo. ¿Dónde está y qué hace el presidente de la Autoridad Portuaria de Tenerife?, volvemos a preguntar.

Esto es solo uno de los motivos del cansancio generalizado de la ciudadanía que citábamos al comienzo de este editorial. España posee un sistema político sustentado en dos grandes partidos. En Canarias hay tres, pues al PP y al PSOE debemos añadir CC como fuerza política igualmente relevante. Temen populares y socialistas el fin de ese modelo debido a la irrupción de formaciones -por ejemplo, Podemos- capaz de canalizar el descontento ante tanta corrupción e ineficacia. No sabríamos decir qué es peor, la mamandurria o la incapacidad para gobernar. ¿Ocurrirá en Canarias lo mismo que en la Península? Algunos temen lo peor. CC maneja encuestas que le dan cuatro concejales en Santa Cruz a Podemos, en el caso de que este partido concurriese a las elecciones municipales. Y si fuese aliado con una fuerza similar, esa cifra casi se duplicaría. Un dato que preocupa más a los nacionalistas y a los socialistas que a la cúpula dirigente del PP, aunque este último partido también se verá afectado. Sin ánimo de revancha, cabe decir que el castigo, si finalmente les cae encima, se lo han ganado a pulso. ¿Se avecina el terremoto político que anunciamos desde hace años? Es posible que sí. ¿Nos alegramos ante una posible devastación de los actuales partidos? No sabríamos qué contestar a esta cuestión. Hace falta un cambio -y ese cambio llegará más pronto que tarde, de una forma u otra-, pero no podemos caer en la política del derribo total y de la tierra quemada para empezar luego desde cero. España ha avanzado muchísimo durante los 36 años que lleva vigente su Constitución, al igual que lo ha hecho Canarias. Sin embargo, ese avance, por lo que respecta a nuestras Islas, ha sido muy exiguo en el aspecto político. Nos guste o no, seguimos férreamente supeditados a las decisiones de Madrid. No contamos para nada en el contexto estatal español. Lo demuestra lo que está sucediendo con el asunto de los sondeos petrolíferos. A buenas horas se entera Paulino Rivero que nos están tratando como si fuésemos una colonia. ¿Es que durante todos estos años nunca leyó uno solo de nuestros editoriales?

Nos tratan como nosotros queremos que nos traten. Esta máxima, que se aplica con frecuencia a las relaciones entre las personas, posee una vigencia plena en la política. Los gobernantes de Madrid no nos hacen caso porque nunca nos hemos dado a respetar. Hemos preferido vivir de rodillas a morir de pie, aunque no era necesaria ninguna inmolación para que nos escuchasen; para que no siguiesen pisoteando nuestros derechos legítimos, el primero de ellos ser una autonomía diferenciada en vez de estar en el gallinero de la segunda división regional, sin capacidad ni siquiera para disolver el Parlamento autonómico y convocar elecciones. Esta es la raíz del pesimismo y la desesperanza que padecemos como pueblo.

Los partidos sufren las consecuencias de no apostar por la renovación, salvo en el caso de CC y del PSOE con sus ya citados candidatos de nuevo cuño. ¿En qué país civilizado y democrático puede alguien ser presidente durante tres mandatos consecutivos? Una renovación que no puede quedarse en los respectivos liderazgos de cada partido. Debe llegar a todos los estamentos de estas formaciones porque de no ser así difícilmente se podrá restablecer la conexión con las bases y, consecuentemente, con la sociedad. Insistimos en que los ciudadanos demandan cambios políticos en aras a una mejor gestión que, hoy por hoy, continúan sin ver.