Es lamentable comprobar y sufrir cómo, en pocos años, se ha producido un declive tan doloroso en la capital tinerfeña. La desidia institucional solo inspira indignación por un estado actual de decrepitud vergonzosa

Castigada de espaldas al mar; abandonada al vandalismo impune de pintadas callejeras, repugnantes cagaderos avícolas para ser pisados sin remedio, calzadas con baches y grietas que apenas se disimulan con pegotes impresentables que tercermundizan los pasos de peatones, aceras sin reparar sus baldosas rotas... ofrece un aspecto de miseria que, aunque así se está sufriendo a nivel humano, sería consuelo, como merecido derecho, poder disfrutar de un escenario más digno para las penurias.

Imposible sentirnos orgullosos de nuestra Santa Cruz como era apenas unos años atrás. Hoy, en nombre de la falaz falta de medios, solo podemos sentirnos avergonzados de que nos visiten turistas con gesto de decepción y cierta nausea por tener que pasear evitando inmundicias de perros o sobre cagadas de palomas, haciendo fotos de la desvencijada fuente, preciosa en su día, en la plaza de Los Patos. Patrimonio histórico abandonado en manos ineptas de quienes detentan inmerecidos cargos públicos bien remunerados.

La colección de esculturas en la calle, exposición que data de 1973/74, abandonada a su suerte, por mor de la intemperie o de la incivilidad consentida. Un subanalfabetismo cultural que permite tener inoperativa y en ruina una preciosa fuente, gran obra de Juan de Ávalos que, como tuvo que esculpir el Valle de los Caídos, aunque estuviera encarcelado por rojo, se alega que hizo una alegoría franquista. ¡Por favor! ¡Cámbienle el nombre, como se hace con las calles!; porque no se reconoce ninguna facción identificativa ni postura ecuestre que recuerde al dictador.

Es desolador ver cómo grupos de turistas hacen fotos de la fuente seca y sucia. Los ciudadanos normales no podemos compartir la "quema de libros". La historia es una cosa, y nuestro patrimonio artístico y cultural, del que tan maltratados estamos, otra diferente.

No sirve justificar el fracaso contra el vandalismo callejero en la falta de civismo, porque ciertamente la formación cívica no es responsabilidad institucional, sino de la educación familiar. Pero si esta falla, es obligación de las instituciones hacer cumplir leyes, normas y bandos municipales, mediante la vigilancia adecuada y aplicación estricta de las sanciones proporcionadas y suficientemente disuasorias para sustituir las carencias cívicas del infractor.

No es teoría, pues en cualquier ciudad normal sería imposible que dos señoras necesitadas de atención psiquiátrica anduviesen, cotidiana e impunemente, repartiendo alimentos a palomas sin control sanitario y a las ratas, depositando viandas en las alcantarillas, en grave atentado contra la salud pública.

La ineficacia de las autoridades policiales se pone de manifiesto apenas surge un caso puntual: en una calle céntrica -avenida 25 de Julio- aparece un grupo electrógeno instalado en el garaje de una vivienda, asomando una chimenea por un boquete abierto en la fachada, soltando CO2 a la vía pública, y un ruido continuo que arranca a las 07:50 y se prolonga hasta las 23:15, y ¡que lleva un mes funcionando a pesar de las quejas presentadas por contaminación acústica y medioambiental! pues ni Urbanismo ni la Policía Local son capaces de resolver los trámites burocráticos, y se nos ha convertido en un problema enquistado indefinidamente. Nada parecido a esto sería aceptable en una capital normal, debidamente gobernada y atendidos los derechos ciudadanos.

Es evidente que esto no puede seguir así, ni los ciudadanos podemos consentir que el progresivo deterioro llegue a ser irreversible. Nuestra resignación no significa aceptación de una gestión dañina por mediocre. Ni bastan las recriminaciones dialécticas del "y tú más".