FIEL a su cita con los actos celebrados en Madrid por las más altas instancias del Estado español -jamás se pierde uno-, el presidente del Gobierno de Canarias asistió ayer a la proclamación de Felipe VI. Tenemos delante de nosotros en el momento de escribir estas líneas una foto de Paulino Rivero estrechando la mano del nuevo monarca tras su discurso en el Congreso de los Diputados.

Presume el presidente Rivero, con razón, de mantener amplias y buenas relaciones en Madrid. Las tiene con el actual presidente del Gobierno central, Mariano Rajoy, las ha tenido y mantenido con Juan Carlos I y es posible que estreche aún más las que posee desde hace años con Felipe de Borbón. Nos parece bien, siempre y cuando no sean un mero ejercicio de ostentación, sino una oportunidad para que los canarios vivamos un poco mejor. Algo difícil de conseguir mientras tengamos casi 400.000 parados -no logramos quitarnos de la cabeza esta escandalosa cifra- y miles de personas haciendo cola para recibir un plato de comida en las instituciones de beneficencia.

Unos datos que no debe olvidar el presidente del Ejecutivo autonómico cuando está en la capital de la Metrópoli porque, como también recordamos casi a diario, son muchas más las diferencias que separan a Canarias de España que las similitudes que nos unen a la Península. Nuestros indicadores sociales son claramente inferiores a los españoles. Ayer mismo comentábamos que la pobreza ha aumentado en las Islas siete veces más que en las otras comunidades autónomas. Tenemos diez puntos más de paro y unas perspectivas de mejorar mucho más pesimistas que las de España. Una situación absurda porque poseemos recursos suficientes para vivir mucho mejor.

En cuanto al discurso del nuevo monarca, destacamos su oferta de una monarquía renovada para un tiempo nuevo. Nos agrada también su disposición a escuchar, a advertir y a aconsejar. Habló también de una España unida y diversa, basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, en la que cabemos todos. Especialmente significativa es la petición a los ciudadanos de que recuperen y mantengan su confianza en las instituciones sin llegar a romper nunca los puentes de entendimiento.

Empezando por el final de esta breve reseña de la alocución real, nos permitimos apuntar que la confianza de la gente en los políticos, ya que de eso se trata, se producirá cuando esos políticos piensen más en el pueblo y menos en sí mismos. No todos los políticos son corruptos. Al contrario: son multitud quienes no se aprovechan de su posición para enriquecerse. Algunos son incompetentes para ejercer cargos a los que han accedido no en virtud de su capacidad intelectual, sino de sus mañas para medrar dentro de los partidos y conseguir un buen puesto en unas listas cerradas que son, como hemos señalado en numerosas ocasiones, la peor perversidad de la democracia.

No valen como políticos, pero tampoco cabe calificarlos de inmorales o indecentes. Sin embargo, ha habido en los últimos años sonados casos de corrupción y de actuaciones judicialmente punibles que afectan a la propia institución monárquica. La ausencia ayer en el Congreso de los Diputados de una de las hermanas del nuevo rey es suficientemente elocuente. La propia Monarquía ha perdido afectos entre los ciudadanos por un caso que todos conocemos, aunque no sea este el momento de recordarlo; habrá tiempo de hacerlo con el devenir de un proceso judicial en marcha.

Por lo demás, se nos hace difícil pensar en una España unida y diversa cuando persisten las desigualdades a las que nos referíamos unas líneas atrás. Unida tal vez sí, pero por imperativo legal. Y diversa por supuesto, si bien no solo en el sentido de una amplia diversidad cultural a la que continuamente se hace referencia. Lo peor es esa mencionada y lacerante diversidad en el reparto de la riqueza que afecta de forma grave a Canarias. ¿Utilizará Paulino Rivero sus buenas relaciones con el nuevo rey para conseguir que no haya tantos hambrientos en nuestro Archipiélago?

Nos gusta, asimismo, la intención de ofrecer una monarquía renovada. ¿Incluye esa renovación darle a los canarios el trato que nos merecemos, en lugar de seguir considerándonos ciudadanos de segunda categoría? Deseamos y esperamos que sea así.