Dicen algunos que es propio de cursis utilizar el adjetivo baladí para referirse a algo de poca importancia. Tal vez. Pero no es menos cierto que este país está lleno no sólo de cursis sino de mentecatos y de individuos bastante más penosos que los afectados y los idiotas al uso. Es decir, ¿uno más que importa? Aunque al punto, como dice uno de mis hermanos cuando le urge concretar.

La semana pasada me llamó Vicente Álvarez Gil, amigo, abogado y compañero en un programa de EL ÍA Televisión, para decirme que Antonio Cubillo también había perdido en el Tribunal Supremo la demanda que interpuso en su día contra un periodista llamado Francisco Chavanel. Un detalle inicial que conviene tener muy claro porque, en contra de lo que se ha publicado, Cubillo no fue demandado; fue el demandante.

El señor Chavanel calificó a Cubillo de terrorista en un programa de radio, el padre del independentismo canario -otra cosa no se ha visto- cogió uno de los berrinches que eran habituales en él y lo denunció. Temiendo lo peor, el dueño de la emisora contrató los servicios letrados del amigo Vicente para que defendiese el asunto, habida cuenta que el periodista, un asalariado del micrófono venido a menos -como todos en estos tiempos de gran penuria-, difícilmente podría hacer frente a la indemnización con su patrimonio en el supuesto que prosperara el pleito. Sin embargo, no prosperó. Ya en primera instancia el juez -o la jueza; no me acuerdo si Vicente me dijo que era un juez o una jueza, pero eso lo mismo da- rechazó las pretensiones de Cubillo acaso porque recordó que el todavía más luctuoso accidente de la aviación comercial (583 muertos) tuvo su origen en una bomba puesta por el MPAIAC, grupo terrorista liderado por el demandante, en el aeropuerto de Gando. Y claro, como la causa de la causa es causa del mal causado, a don Antonio le fue difícil rebatir que en un momento de su vida echó mano de la violencia y del terror para conseguir un propósito -la independencia de Canarias- que legítimamente podía defender por vías pacíficas. Por si fuera poco, semanas antes de aquel juicio Cubillo había manifestado en una entrevista que la guerra es la continuación de la política. En definitiva, estimó el magistrado que nadie había invadido su honor al tacharlo de terrorista.

Ya en esa primera instancia fue condenado en costas el señor Cubillo. Un dinero que Vicente Álvarez, amigo suyo, no quiso percibir. "Coño, Antonio, yo no te voy a cobrar nada pero no recurras porque me estás ocasionando gastos", le dijo. Sobra añadir que Cubillo recurrió. La Audiencia provincial volvió a rechazar su demanda y lo condenó de nuevo a pagar las costas. "Coño, Antonio, déjalo ya". Lejos de desistir, don Antonio se fue al Supremo donde, a título póstumo, ha corrido la misma suerte que en las instancias anteriores: rechazo de la demanda y pago de unas costas que ya ascendían a 25.000 euros. Cantidad que Vicente Álvarez, en un gesto de humanidad que lo honra, no le cobrará a la viuda, aunque lo peor de este estrambótico culebrón no es el dinero. Lo peor -para la memoria de Cubillo, naturalmente- es que una sentencia del Tribunal Supremo avala su condición de terrorista. Un pronunciamiento judicial nada superfluo, insisto en ello, que nos lleva a una moraleja interesante: a veces gana uno más quedándose quieto; o por lo menos callado.

rpeyt@yahoo.es