Muy pronto viviremos en una época que todo el mundo podrá decir lo que piensa porque todo el mundo pensará lo mismo". La frase dicen que es de Andy Warhol. ¿Qué piensan los españoles cuando acaba un año que no pasará a la memoria colectiva como el mejor desde hace mucho tiempo, pero tampoco como el peor? Independientemente de lo que esté cruzando por la cabeza de cualquiera, parece que esa época de Warhol en la que se ha impuesto el pensamiento único todavía no ha llegado. Aunque a lo mejor -más bien a lo peor- no estamos muy lejos.

Mañana, 1 de enero de 2014, es el día elegido por millones de personas para iniciar una nueva vida. Millones de habitantes no solo de este país, sino de cualquiera, llevan semanas, acaso meses, haciéndose el firme propósito de que empezarán a adelgazar, o de que dejarán de fumar, o de que serán mejores en tal o cual aspecto. Promesas personales que serán cabalmente incumplidas en la mayoría de los casos antes de que transcurra una semana porque si todos nos esforzásemos no lo que debiésemos, lo cual puede ser mucho, sino al menos una cuarta parte de lo que nos planteamos en los momentos de euforia -esos instantes en los que el voluntarismo nos hace ver como conseguible la más inalcanzable de las metas-, no cabría la lista de campeones en las páginas deportivas de los periódicos ni la de empresarios exitosos en las dedicadas a la economía. Al final, las intenciones personales proyectadas en la pantalla de los anhelos colectivos convierten al inminente primero de enero de cada año en una fecha infame.

Le decía una madre a su hijo -adolescente y contestatario- que no lo veía capaz de arreglar el mundo si ni siquiera era capaz de ordenar su habitación. No es mala idea empezar por lo que tenemos cerca; no está de más cambiar un poco nosotros mismos antes de pretender que sean los otros quienes modifiquen los hábitos que no nos gustan. Ah, los hábitos. Esa es la clave. Somos esclavos de ellos. La diferencia entre los que triunfan y los que fracasan está en que los primeros tienen hábitos buenos.

¿Supone el pensar de esta forma salir de la masa adicta a la telebasura? No lo sé con certeza matemática, pero intuyo que sí. Cito expresamente la telebasura -y no la radio basura o la prensa basura, que también existe- porque cada español dedica una media de más de cuatro horas al día a ver la televisión. Demasiado incluso para la cabeza más templada. Una lástima porque pensar un poco no es una tarea ardua. Ni siquiera es una faena que debamos imponernos por la fuerza porque existe en nuestra especie una tendencia natural a analizar situaciones y alcanzar conclusiones. De no ser así seguiríamos en los árboles o, como mucho, en las cavernas. Pensar sin apasionamientos ni ideas preconcebidas sin duda sería nuestro mejor propósito en un día como hoy. Lo malo es que hay mucha gente decidida a que tengamos esos esquemas de razonamiento único apuntados por Warhol. Lo que más le conviene a quienes nos manejan es que seamos masa informe en vez de individualidades inteligentes, cierto, pero a menudo somos nosotros mismos los primeros interesados en ponernos una venda en los ojos porque creemos que no viendo la realidad, ni tendremos que afrontarla, ni nos afectará nunca.

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