No cabe duda de que el axioma de que la mala noticia es siempre mejor noticia resulta singularmente eficaz a la hora de atraer la atención del público lector o espectador. Y lo afirmo porque los titulares de las cadenas de televisión del lunes a primera hora, cuando escribo, y referentes al parte médico sobre el estado de salud del rey y su flamante nueva cadera, resultaba superado por un comentario más sensacionalista: el de la presencia del presunto acaparador de fondos Iñaki Urdangarín, acompañando a la infanta Cristina y al resto de la Familia Real en la matutina visita a su suegro el monarca, asombrosamente recuperado de su implante protésico de cadera, según las pretenciosas declaraciones de los médicos que lo tutelan. Claro que, tergiversando un poco lo expresado por el cardenal Cisneros al mostrar sus cañones, podríamos traducir lo de "estos son mis poderes" por "este es mi cuadro médico habitual". Algo que los usuarios de a pie, especialmente en Canarias, no podremos nunca conseguir ni viviendo cien vidas más. Como mucho, a esperar un promedio de dos años o morir en el intento.

Y hablando de óbitos, esta semana ha sido significativa en cuanto a que la lotería de la vida ha penalizado de forma definitiva a tres artistas que formaron parte de lo cotidiano entre las décadas setenta y ochenta del pasado siglo. Emilio Aragón, "Miliki"; Tony Leblanc, "el Tigre de Chamberí", y Larry Hagman, "JR". Del primero, porque ya me pilló alejado de los mágicos circos y espectáculos de igual guisa, podemos decir que hizo reír a varias generaciones. Del segundo, el polifacético y longevo actor Ignacio Fernández Sánchez Leblanc -Tony Leblanc-, podríamos decir que lo disfrutamos y padecimos (cuando los guiones de las películas eran auténticos bodrios) tanto en cine como en televisión. Incluso tuve la ocasión de ser espectador en un teatro madrileño de una revista musical escrita, dirigida e interpretada por él mismo, en donde, además de una introducción en la que se recreaba su inesperado nacimiento en una sala del museo del Prado, donde su padre era conserje, salía a continuación vestido de bebé en una andadora y balbuceando incoherencias. Y es que tenía esa versatilidad capaz de arrancar nuestras sonrisas viendo las peripecias del supuesto bobo del timo de la estampita, al boxeador sonado (del gimnasio a la Casa de Campo y viceversa) que siempre perdía los combates o al anciano Carrasclás, y hasta en el acto de pelar y comerse una manzana sin decir ni palabra ante una audiencia millonaria de telespectadores. Su epitafio, "Aquí yace un cómico. Fin de la primera parte", resume su vida y al mismo tiempo la creencia por esta otra vida intangible en la que muchos quieren ser actores.

En cuanto al malvado JR, interpretado por el actor con madre de origen hispano, Larry Hagman, que tanta preponderancia tuvo en la interminable serie "Dinastía", poco podemos decir de sus otros logros cinematográficos, reducido a otras participaciones en series y alguna película sin relevancia, ya que su rol en el citado producto televisivo eclipsó por completo cualquier atisbo de protagonismo en otros papeles posteriores.

Y ya que aludimos a protagonismos, no cabe duda de que el proyecto del presidente canario de invertir 2.000 millones de euros se sale totalmente de esa curva descendente y peligrosa de la merma de nuestros presupuestos para 2013. Ignoramos cómo y dónde se va a producir ese milagro inversor a favor de la única industria que, al menos, genera empleo para muchos trabajadores poco cualificados, pues es sabido que, salvo excepciones, los puestos directivos y con responsabilidades administrativas suelen siempre otorgarse a foráneos, mucho más hábiles en esa Babel de idiomas necesaria para una mejor y más fácil comprensión. Una carencia de la que ha adolecido siempre nuestra educación, con unos paliativos ahora mermados de recursos y claramente insuficientes para crear una generación bilingüe. Hoy mismo, los agentes municipales se esforzaban en entender las denuncias de los visitantes de los trasatlánticos surtos en puerto, víctimas de los robos y hurtos de la incansable tropilla de rumanas que los recibe para esquilmarlos. También no cesaban de preguntar lo más obvio: la ausencia de servicios públicos imprescindibles para el desahogo de los miles de visitantes que se expanden por la ciudad. Tampoco tiene explicación que un representante de agencia de viajes sureño denunciara la carencia de folletos informativos en ruso, dado el incremento de visitantes de esta nacionalidad, muchos de ellos de alto poder adquisitivo. Pero lo que ya riza el rizo de la incongruencia es el del abandono persistente de nuestro escaso patrimonio histórico. En la misma plaza de la Candelaria, tenemos el triste ejemplo del palacio de Carta, cerrado a cal y canto, y deteriorándose peligrosamente tanto su fachada como su magnífico artesonado interior, más el balcón canario que asoma por la calle de San José (Bethencourt Afonso). En su lugar, en vez de acercar el frente portuario a la ciudad, para evitar el lamentable tránsito de turistas desde los muelles hasta la plaza de España, ahora quieren taponar la visión marítima con un rascacielos de veintiún pisos, que rompería por completo la poca armonía urbana que aún queda por nuestra avenida marítima. Y todo ello, al parecer, con el visto bueno de la Autoridad Portuaria, más dada a sus anteriores experiencias agrícolas que las actuales tecnológicas y urbanas.