ASISTÍ a la función del sábado 24 de septiembre de esta famosa ópera de Giuseppe Verdi, con un lleno total en el Auditorio de Tenerife Adán Martín. Una producción de la Ópera de Montecarlo, con dirección escénica de Jean-Louis Grinda. Aunque considero tener bastantes conocimientos y experiencia en la música clásica, no puedo decir que esto sea una crítica, sino un comentario de un aficionado. Por ello, para hablar sobre la obra, debo diferenciar dos aspectos importantes: por un lado, el desarrollo de la función y, por otro, la producción.

Para definir la producción me bastan tres palabras: no me gustó. No me convencieron ni vestuario ni decorado ni atrezzo; ni está claro el mal gusto de mostrar las domingas de las cortesanas. El palacio del Duque eran cuatro paredes de cemento, y del salón donde se celebra la bacanal solo se salva la majestuosa lámpara, pues la escena apenas se completaba con un biombo con grabados de mujeres desnudas y algunas sillas. La escena final estaba presidida por una jaula a modo de cabaña, que además considero que entorpeció el saludo final del elenco. Del vestuario, salvo el traje negro de la guapa Cristina Farrais en su papel de Contesa de Ceprano, pues la percha hizo mucho. He visto muchas veces "Rigoletto", y es la primera vez que al personaje se le despoja de la joroba. Me quedé blanco al ver la escena en que llega a su casa, se despoja de la ropa y se queda sin la chepa. En fin, que no creo que sea importante seguir hablando de la escena, prefiero hacerlo del desarrollo de la función.

Contó con un elenco de lujo, muy correctamente cada uno en su difícil cometido. El coro y la orquesta estuvieron estupendos, y en general hubo un buen movimiento escénico, y tuvo un importante papel el diseño de las luces. Me alegré al ver tantas voces de la tierra, espléndidos algunos, como Alberto Feria con su hermosa voz en su papel de Sparafucile, igualmente que el Monterone de Jeroboam Tejera, ambos muy aplaudidos. Destacó también la Magdalena de Belén Elvira, con muy buena voz y segura en su interpretación, y también el resto de isleños: Tairuma Méndez, la mentada Cristina Farrais, Juan Manuel Padrón, Samuel Modino, Airam Acosta… El coro, con gran solvencia, y espléndido de voz y en su movimiento escénico, fue muy bien dirigido por Juan Ignacio Oliva, en estrecha colaboración con el maestro Regis. La Orquesta Sinfónica, como siempre, a un gran nivel, a cargo de un joven director, José Miguel Pérez Sierra, que lo hizo correctamente, para mi gusto algo subido el diapasón en el primer acto, pero después se moduló, consiguiendo que la hermosa partitura y los cantables sobrecogieran al público.

Los tres intérpretes principales estuvieron soberbios. Me sorprendió y cautivó la espléndida voz de Rocío Ignacio, una gran artista que cantó su partitura con belleza y soltura, consiguiendo por ello las mayores y largas ovaciones de la noche. Sinceramente, fue una Gilda insuperable. El Duque de Mantua, Gianluca Terranova, es un tenor sobrio, valiente y decidido, con una línea de canto que le permite alcanzar con soltura las notas altas y medias. Es un tenor de garantía que no hay que perder de vista, pues es difícil encontrar tenores tan sobrados. Una lástima que le vistieran de camarero de hotel de cinco estrellas. Por último, el Rigoletto. Un barítono extraordinario, de voz cálida, seguro, y que cantó con un gusto exquisito. Otra gran sorpresa, pues Juan Jesús Rodríguez es de lo mejor que he escuchado y visto en mucho tiempo. El público lo premió con extensas y largas ovaciones.

Musicalmente fue una noche extraordinaria. Verdi compuso una joya de la lírica, que tras l60 años sigue representándose. Escénicamente, este "Rigoletto" y otras propuestas modernistas que se están haciendo en la actualidad me hacen pensar si este tipo de óperas distorsionadas crean público nuevo, pues considero que esos espectadores nunca sabrán cómo era realmente la historia que escribió Francesco María Piave, basada en una obra teatral de Víctor Hugo.

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