ESTA ES LA TERCERA y última parte de los relatos "Al otro lado del océano" y "Folía y luna llena"; sin duda, me gustaría compartirlos con todos ustedes. Recuerdo una frase muy acertada que decía: las vivencias si no se cuentan se desvanecen con el tiempo.

Desde uno de los innumerables ventanales de la avenida Madison, pude observar cómo la niebla matutina envolvía la silueta de algunos rascacielos de mitad para arriba. A pesar de las inclemencias del tiempo reinante en ese momento y del "chipi chipi" incesante, o dicho de otra manera, de la llovizna continua, decidí hacer de aquella jornada una escapada cultural. Como ustedes habrán adivinado, aquel día en concreto iba a girar en torno a esculturas, pinturas y objetos en general de artistas de renombre universal. Una guagua del transporte público neoyorquino me acercó hasta las inmediaciones del primer "templo cultural" de aquel recorrido: el American Museum of Natural History o, lo que es lo mismo, Museo Americano de Naturaleza e Historia. El susodicho, como decimos los isleños, impresiona nada más entrar al vestíbulo; allí te encuentras con un grupo de esqueletos de gigantescos dinosaurios, atrapados en una especie de batalla campal. El museo lo conforman un conjunto de veintitrés edificios unidos entre sí y cuarenta galerías rebosantes de arte. En una de las paredes de la galería dedicada a África había un mural de considerable tamaño; en él estaba dibujado el mapa del continente africano con todos los nombres de sus pueblos y culturas ancestrales. Entre otras cosas, atrajo mi atención una palabra escrita en mayúsculas situada justo encima de donde estaban representadas las islas del país canario; allí se podía leer: "Guanche". También en el mismo mapa, esta vez en las costas y sus alrededores más cercanos a nuestras islas, aparecían los nombres de otros pueblos y culturas: Tekna, Delim, Regeibat, eran alguno de ellos. Al parecer, este importante trabajo histórico de recopilación de nombres de pueblos y culturas africanas fue realizado por un célebre antropólogo norteamericano nacido a finales del siglo XIX.

Como quería aprovechar el tiempo para visitar otros "templos de la cultura" ese mismo día, agilicé la visita y me dirigí primero hacia el museo Solomon R. Guggenheim, famoso por su estructura en espiral y su colección de arte moderno, abstracta y colorida. Una enorme cúpula acristalada, en forma de tela de araña, le da un toque magistral a su interior. Luego, agotada pero no rendida, puse rumbo hacia el Museo Metropolitano de Arte, situado en la Quinta Avenida (por el cansancio acumulado me pareció el quinto pino). Solo pude "saborear" una pequeña parte de las obras expuestas; el museo es tan grande que es casi imposible recorrerlo al completo en un único día. Fue fundado en 1870. Sus galerías encierran más de tres millones de obras; entre ellas está la más variada colección del planeta de objetos medievales.

El broche final a esta jornada cultural que comenzó con una simple mirada desde un ventanal neoyorquino lo puso un perrito caliente a pie de quiosco allá por la Lower Manhattan o ciudad baja. El "hot dog", como le dicen por aquellas latitudes al bocadillo de salchicha, me vino de "perilla" por aquello de la fatiga nocturna. Después, a "mumú", que viene el coco.

La visita a Washington, ida y vuelta el mismo día desde Nueva York, quizás la cuente en otra ocasión; si ustedes me lo permiten, claro.

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