HE VUELTO a pasar cuatro días en la clínica. Ya saben ustedes: cosas de la edad. Esta vez coincidí más con médicos, enfermeras, practicantes, jarabes, sueros, inyecciones… que con partidos políticos, pactos, amores inesperados, odios inexplicables, esperanzas y frustraciones. Y es que no me había sido posible leer periódicos, ver la televisión, oír la radio… Como me encontraba un tanto pachucho me parecía que no estaba el horno para bollos. Así que tuve que esperar mucho tiempo para ponerme al corriente (no del todo) en esa especie de confusión paranoica que suele acompañar a las situaciones poselectorales.

El pasado domingo, en la plaza, pregunté a mis amigos cuáles habían sido las frases, los comentarios, los puntos de vista, los acuerdos, las rarezas, las casualidades, las conclusiones, los intentos, los fracasos, los odios reconcentrados que más los habían llenado de satisfacción… o de zozobra. Pero no durante las elecciones en sí (yo estaba todavía en casa) sino en los días que siguieron a tan singulares eventos (palabra bonita donde las haya).

Como supondrán ustedes, hubo respuestas para todos los gustos; desde quienes dijeron "donde las dan las toman" hasta quienes afirmaron que no había "nada nuevo bajo el sol" porque todas estas cosas ocurrían desde tiempos de don Pelayo.

-Pero si en tiempos de don Pelayo no existían el PSOE, ni PP, ni Coalición…

-Pero existían sus primos hermanos, que viene a ser lo mismo.

Hubo quien aplaudió, como frase más equilibrada, la pronunciada por don Julio Pérez y en la que se afirmaba que, si bien personalmente consideraba vencedora en Santa Cruz a doña Cristina Tavío, terminaría decidiéndose por lo que le sugiriera su partido. Y hubo quien destacó más las palabras pronunciadas por don Manuel Reyes, exalcalde de San Juan de la Rambla, por tener la insólita valentía (insólita, si señor) de admitir que si su pueblo le había retirado su confianza, él se quedaría sentadito en su casa.

Después de que cada cual hiciera su comentario, quise llevar la conversación por cauces diferentes, pero no me fue posible:

-No trates de escurrir el bulto. Ahora tienes que mojarte y aclararnos qué ha sido, según tu opinión, lo más llamativo que has leído en la prensa en estos días, relacionado con los comentarios y noticias electorales.

-Si les soy sincero, lo que más me ha afectado (negativamente, además) es que los periodistas de la provincia se hayan dividido en dos grupos a la hora de tener en cuenta o no la tilde que debería llevar el apellido del exalcalde de Buenavista, compañero de magisterio y amigo personal, Aurelio Abréu. El cual (¡qué cosas ocurren en la vida!) ha hecho causa común con mis contradictores y se ha borrado la tilde de su apellido con la misma facilidad con que un hombre de cincuenta años atrás se calzaba o descalzaba el sombrero. (Si la Academia permite decir que puede uno calzarse unos guantes, sin que haya zapatos de por medio, no sé por qué extrañas razones no puede uno calzarse o descalzarse el sombrero, la boina o cualquier otro cubrecabezas). El problema no lo he creado yo.

Pero vuelvo a lo mío: la palabra Abréu es aguda y termina en vocal, por lo que habría de acentuarse, como ocurre con Paláu, Bernabéu, Ruméu, Dalmáu, Andréu, Arnáu… En algún libro se ha dicho que se trata de palabras extranjeras y no nacionalizadas. ¡Pero si el apellido Abréu existía en España en el siglo XVI…! Así que me pregunto: ¿cuántos siglos más habrán de transcurrir para que estas palabras se nacionalicen? Don José Dalmáu Carles, escritor catalán que escribió una enciclopedia con la que me preparé para el ingreso en el bachillerato, tildaba su apellido. El ejemplar que poseo de tal enciclopedia es de l947. Don Antonio Ruméu de Armas no sólo tildaba el suyo, sino que hacía lo mismo con Abréu cada vez que la dichosa palabra se le presentaba en sus trabajos. Y nuestra inolvidable doña María Rosa Alonso, a la que hemos perdido en estos días en medio de una tristeza generalizada, hacía otro tanto.

Lo que más lamento es que en este mismo periódico, en su edición del miércoles 25 de mayo, dos periodistas compañeros y amigos, que escriben sus trabajos diarios uno junto al otro, casi pegaditos con goma, don Andrés Chaves y don Ricardo Peytaví, a la hora de mojarse en el asunto, se han ido, uno por Francia y otro por Aragón.

Por todo lo anterior, más que el PSOE, más que el PP, más que la dichosa Coalición Canaria me interesa la tilde de Abréu.