YA ESTAMOS metidos de lleno en la cuesta de enero, unos menos y otros más, porque siempre se rebasa el presupuesto de las fiestas navideñas. Aunque, si nos hemos divertido, si hemos disfrutado... y hemos hecho buenos propósitos, "¡que nos quiten lo bailado!", como canta el dicho. ¡Ojalá! que este repecho se vaya allanando poco a poco y no se prolongue de manera indefinida, como anuncian algunos cenizos agoreros que tratan de atosigarnos.

Es cierto que los tiempos que corren para muchos no son nada fáciles. Me resulta difícil sacar de la mente la creciente cantidad de personas sin trabajo que tenemos en España. En este sentido, estamos a la cabeza de Europa, que no deja de ser una de las consecuencias de estar a la cola en educación y en ayuda a la familia.

La mayoría de los españoles no comprendemos la falta de eficacia, y de la inoperancia, de las medidas gubernamentales para paliar esta grave situación, sino todo lo contrario: los agrios e inútiles debates de la clase política, sindicatos y grandes agrupaciones empresariales terminan como el lucero del alba y, a la vez, contagian esa acritud a la pacífica convivencia democrática del ciudadano de a pie, que es el que paga.

Aunque mi especialidad no es el análisis político. Me atrevo a afirmar que es necesario que los responsables de la política nacional se paren a pensar con calma y que estudien a fondo y con seriedad los problemas ineludibles y urgentes que estamos padeciendo; tienen que ponerse de acuerdo para lograr una solución, que devuelvan la confianza al pueblo que trabaja o quiere trabajar y que den seguridad de que con esa solución se puede ir saliendo de esta situación crítica en que nos han metido. Urge hacer algo que tenga notoriedad y sensatez; y no encrespar o enfrentar a los ciudadanos.

Ante este panorama político y social un tanto desolador y desesperante, a mi modo de ver sólo cabe, en primer lugar: fecundidad y responsabilidad en nuestra tarea; y después, buen humor y serenidad en el día a día -los políticos por delante-. De lo contrario, podemos quedar amargados para toda la vida, y la amargura, con el tiempo, se somatiza y puede dar origen al reuma, a la úlcera de colon o algo por el estilo. Peor que el tabaco. Sobre todo si nos quedamos pegados a determinados medios de comunicación que siguen a diario la batallas políticas partidistas.

Tal vez muchos piensen que vivir con buen humor es el colmo de la irresponsabilidad, teniendo en cuenta la delicada coyuntura política de nuestro país. El profesor Jaime Nubiola, en su libro "Invitación a pensar" (ed. Rialp, 2009), dice que "esta comprometida situación política que atravesamos es porque nuestros líderes políticos no saben reírse de las cosas divertidas que trae la vida y, sobre todo, no saben reírse un poco más de sí mismos, de sus patinazos y de sus graves errores -y no rectifican-. Se lo toman demasiado en serio, y eso les dificulta para pensar con rigor y conectar con la gente de la calle". El buen humor es el antídoto más inteligente para la crispación y el desastre.

Qué duda cabe de que la calma, el sosiego y la serenidad son la base de esos momentos de felicidad, tan necesarios para darle un sentido a nuestra vida, y que podamos decir aquello de "¡qué bello es vivir!". Sin embargo, la vida también tiene sus meandros, sus sorpresas y etapas en que dejan el corazón a algunos como una castaña pilonga; entonces es cuando necesita mantener la serenidad, y "el fundamento primero de la serenidad es pensar", como afirma otro profesor que cito con frecuencia en esta columna, José Benigno Freire, en su libro "Humor y serenidad en la vida corriente" (ed. Eunsa): "O prevemos los acontecimientos y sus lógicas consecuencias, o los sucesos nos dominan, o le imprimimos una dirección a la vida o los sorpresivos e inesperados ritmos de la existencia nos sofocarán en su vértigo".

Por ello, en medio de esta situación crítica, junto con la celeridad trepidante con que se vive, para no dejarnos llevar por la tumultuosa corriente que nos ahoga, hemos de pararnos y hacer un hueco para tener tiempo para pensar con calma y reflexionar con sosiego sobre la vida que nos hemos fabricado. Así podremos alcanzar la serenidad y el equilibrio que nos son tan necesarios.

y profesor emérito del CEOFT

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