CUANDO, hace sólo un par de semanas, escribí mi artículo sobre los ramones del siglo XX en nuestra literatura, incluí también a don Ramón de Mesonero Romanos. Gracias a Miki, que estudia ya segundo de Lengua y Literatura, taché el nombre del gran prosista, porque el amigo de mi sobrino me demostró que el señor Mesonero sólo conoció (y muy bien, por cierto) el siglo XIX. Así que Miki me salvó del ridículo. Para que luego digamos que estos chicos de hoy sólo saben de fútbol y cantantes.

Pero nada más terminar mi artículo sobre los ramones me interesó leer a Mesonero. Fui a la biblioteca y Evelia no pudo encontrarme "Memorias de un setentón", del que yo recordaba algo desde mis lecturas juveniles. Pero como Evelia nunca se da por vencida, me entregó "Escenas costumbristas", de la que ciertos autores hablan mucho y bien, con toda la razón del mundo.

Suelo leer los prólogos de los libros a la hora de los epílogos porque así me evito la influencia de los prologuistas en su modo de ver las cosas. Pero como todo cambia en la vida, esta vez hice lo no acostumbrado, con lo que el señor don Agustín de Saz, a quien no había oído nombrar -inculto que es uno- me contó con antelación en su excelente prólogo todo lo que encontré después en el libro.

Don Agustín de Saz se sabe al dedillo la vida, los milagros, los pecados, los aciertos, los errores de este don Ramón a quien yo pretendí situar en un tiempo más próximo a nosotros. La verdad es que si lo comparamos con su amigo Larra se nota a la legua -así lo creo yo, al menos- que la sintaxis del señor Mesonero no utiliza casi expresiones como díjole, subámonos, soltóme, púsole, alertóle, desfigurólo, replicónos… con sus tildes respectivas, que se encuentran una y otra vez en la prosa del gran Fígaro, a quien, a pesar de todo, sigo admirando porque Larra es mucho Larra.

Pero "El curioso parlante", o sea Mesonero Romanos, parece más dominador de la frase. Ambos conocían Madrid a la perfección y la amaron intensamente. Que yo sepa Mesonero fue concejal, en cuyo cargo hizo una gran labor, de la que el propio personaje se sentía más que satisfecho. Escribió tanto sobre Madrid como yo de Garachico, que ya es decir. Y aunque yo no firmaba "El curioso parlante", sí lo hacía como "Joaquinito" y "Don Remigio" ("La Tarde"), "Tinguaro y Daute" ("Aire Libre"), "Juan del Roque" y Mencey" ("Diario de Avisos"), además de "Espectador" en los tres citados periódicos. (Mi amigo el escritor Elíseo Izquierdo sabrá si me he dejado algún otro).

Parece ser que algunas ideas del concejal Mesonero, que también ocupó otros cargos, fueron calificadas de locuras. A mí me ocurrió otro tanto en mi etapa de concejal. Yo soñaba con una cascada que se colgara en el risco de la Atalaya y llegara hasta el histórico puerto. Una cascada de agua, se entiende, porque la de lava ya la vieron mis tatarabuelos. La verdad es que tal cascada no costaría mucho dinero porque el agua sería siempre la misma. Pero, cuando se lo conté al alcalde, aunque nada contestó, noté en su mirada que hacía esfuerzos para no decir la palabra manicomio.

Casi todos los capítulos de "Escenas costumbristas" me interesaron, Por un motivo especial elijo "La comedia casera". Parece como si don Ramón de Mesoneros me estuviera obligando a escribir sobre Garachico porque, cuando yo tenía 11 años, formé parte de un grupo que hacía comedia casera en varios domicilios, sobre todo en el patio de doña Inocencia. La gran figura del elenco era Gilberto Abad, hoy en Bilbao. El bueno de Gilberto se ponía, si era necesario, una bata de cola para imitar a Estrellita Castro e Imperio Argentina, lo que no era obstáculo parea imitar también a Miguel Ligero. Un día se empeñó en hacer de fakir, dejando a un lado los diálogos de las comedias. Construimos el escenario bajo los corredores del segundo piso. Gilberto machacó varias botellas de cerveza, Puso los pedazos en el escenario, se quitó la camisa y se colocó de espaldas en aquel colchón de cristales. Uno de los niños que formábamos el elenco se puso a caminar sobre el pecho del gran fakir. Mientras los muchos espectadores aplaudían semejante atrevimiento, doña Inocencia, asomada a la ventana, gritó: si no te levantas ahora mismo del suelo, llamo a tu padre. Y, claro, la comedia se terminó.

Supongo que no se desarrollarían así las comedias caseras madrileñas. Mesonero da algunos títulos, pero ya saben ustedes que cada cual es cada cual. Otro día hablaré del libro.