NO PARECE mala idea la propuesta que acaba de hacer el director general del Servicio de Estudios del Banco de España, José Luis Malo de Molina, en el sentido de que cada comunidad autónoma recaude lo que gasta. Es decir, que cada Gobierno regional repercuta sus veleidades sobre los ciudadanos que tiene a su cargo, con el correspondiente coste electoral; si lo hubiera, claro.

Varias veces se ha hablado de la corresponsabilidad fiscal. Temo, sin embargo, que la situación no cambiaría esencialmente en el caso de ser aplicada. Los ciudadanos españoles siguen pensando -acaso porque no piensan suficientemente en ello- que el dinero del Estado no sale de sus bolsillos; en el subconsciente colectivo, las arcas públicas continúan siendo un cuerno de la abundancia regulado por algunos privilegiados -los políticos, los gobernantes- que favorecen a unos u otros en función de simpatías y conveniencias, pero pocas veces siguiendo los criterios del consabido bien común. Realmente si la gente fuese consciente de que cualquier cosa que hace un político, desde sufragar los actos del día del orgullo hasta contratar a un grupo de expertos para que escriban un librito de técnicas masturbatorias, sale de sus exiguos sueldos de trabajadores, posiblemente serían muchos los que a estas alturas se habrían echado a la calle, y no de forma pacífica. Algo, dicho sea ante todo, que ni deseo, ni aliento; únicamente opino.

Posee Internet muchas virtudes. Entre ellas, la de permitir que cualquiera con un ordenador conectado esparza sus criterios en el ámbito planetario. Digo esto porque precisamente en un foro de Internet he leído hace poco un artículo, llamémoslo casero, que difícilmente hubiese tenido ante mis ojos por otro medio. Su autor no es un profesional de los medios de comunicación, pero se expresa bien; al menos expone sus ideas de forma muy ordenada y comprensible en el citado texto. Un texto en el que se refiere a la crisis, a sus causas y a sus consecuencias. Entre aquellas cita la implantación del euro y el engaño de los gobernantes. Sobre políticos embusteros poco hay que añadir. El embuste se ha convertido en una actitud inherente al negocio público. ¿Se imaginan ustedes a un político diciendo la verdad? ¿Se imaginan a alguien aupado a una tribuna para confesar ante las multitudes que esto va para largo? Alguien tan osado se expondría a un linchamiento inmediato.

Culpar al euro es asunto distinto. Algo equivalente a culpar de un asesinato doméstico al largo, afilado y puntiagudo cuchillo que estaba en la cocina de la casa, adquirido en su día para tareas bastante menos escabrosas que dar puñaladas; verbigracia, pelar media docena de papas antes de freírlas. Por supuesto que no. El euro posee sus inconvenientes, pero estaríamos peor sin una moneda única y fuerte. Es fácil buscar culpables externos. Lo hacen constantemente los malos jugadores. La realidad es que uno puede endeudarse hasta las cejas, como lo ha hecho España y los españoles, tanto en euros como en pesetas o marcos. Pero en una u otra moneda, al final hay que pagar los compromisos adquiridos con lo que gana cada cual. Sólo los políticos están a salvo de esta norma: ellos, vuelvo a decirlo, pagan con el dinero de los demás.