Resulta lamentable ver cómo la eficacia para fabricar estados de opinión funciona en contra de los intereses de los trabajadores y de las fuerzas sindicales democráticas. Son reiterativos los cuestionamientos que se hacen a los sindicatos más representativos sin la más mínima verificación empírica. Se repiten machaconamente argumentos reaccionarios que tienen como finalidad originaria el debilitamiento de las herramientas fundamentales de los trabajadores para mantener las reivindicaciones históricas y que hoy son indispensables para evitar que éstos vean retroceder inevitablemente sus expectativas de mejoras laborales y sindicales.

La ofensiva sindical contra la política neoliberal en este momento intenta evitar lo que viene sucediendo ya desde hace más de dos décadas en otras latitudes. En USA, concretamente, en ese periodo de tiempo los trabajadores han sufrido un retroceso evidente en sus salarios y en las condiciones laborales. Los salarios, que fueron los más altos, se han estancado y las horas de trabajo se han acrecentado, al mismo tiempo que se ha ido debilitando la cohesión social y aumenta la desigualdad de los ciudadanos al dañar la democracia. Lo que tratan de evitar los sindicatos es que el coste de la crisis lo paguen los sectores populares, a través de una política centrada en la reducción de los costes laborales y el desmantelamiento de los sistemas de protección social.

Los sindicatos pueden tener en su seno, como cualquier organización, elementos indeseables, pero esos son los riesgos del carácter democrático de éstos. No existe ningún filtro de entrada que pueda detectar a estos individuos, que, por otra parte, son casos aislados. Es la propia dinámica democrática de las organizaciones sindicales la que tarde o temprano los pone al descubierto. Por otra parte, los recursos económicos de los sindicatos, que provienen efectivamente del Estado -es un derecho democrático de los trabajadores- y de las cuotas de sus afiliados se emplean en el funcionamiento de éstos. Si los sindicatos no tuvieran estos medios no podrían actuar con la efectividad necesaria que se requiere en la sociedad actual por las complejidades inherentes a ésta. ¿Cómo se podrían acometer acciones legales, por ejemplo, contra el decreto del gobierno si no tuviéramos gabinetes jurídicos? Las organizaciones empresariales son poderosas por sus recursos humanos y materiales, no se pueden contrarrestar con políticas infantiles o de mera agitación y voluntarismo. Y, por otra parte, no conozco sindicalistas auténticos, y son la mayoría, que se hayan hecho ricos a costa de la actividad sindical. Si algunos la han utilizado como trampolín no quiere decir que el grueso de la militancia sindical practique tales estrategias.

Juvenal Padrón Fragoso

(Representante de CC.OO. en la Junta de Personal Docente e Investigador de la Universidad de La Laguna)

La Constitución, freno de los políticos

Hay políticos que no admiten freno ninguno y tratan, por todos los medios, de hacerlos desaparecer y que nadie controle su forma de actuar. Asistimos en estos tiempos a una labor de zapa soterrada, unas veces, y otras, de un abierto ataque a nuestra Constitución en provecho, no del pueblo, sino de un grupo de políticos orgullosos e insolidarios. La Constitución es la columna vertebral del derecho democrático. Es muy peligroso ir propinándole bocados, que poco a poco la van debilitando y terminarán por acabar con ella.

Los padres de la Constitución fueron muy generosos con los políticos nacionalistas, quizá por el temor de que se podrían tirar al campo o bien porque se pusieron un buen disfraz de demócratas, pero hoy la máscara de la democracia se la han quitado y están chantajeando a los gobiernos débiles que necesitan su apoyo para mantenerse en el poder.

No aprendemos de nuestra propia historia, no tan lejana en el tiempo. No olvidemos cómo han terminado los períodos democráticos vividos con anterioridad; siempre han fallado los políticos, que han impuesto sus intereses propios a los intereses de los ciudadanos. No hay término medio: o una Constitución fuerte, respetada por todos, donde solamente vivan fuera de ella los que no quieran acatarla, y, por tal razón, no deberían participar en las instituciones de nuestra vida política o nuestra democracia no se consolidará nunca.

Juan Rosales Jurado