NO SÉ si Ricardo Melchior dice con orgullo que el Cabildo de Tenerife -Corporación que preside desde hace algún tiempo- emplea a 6.000 personas. Digo que no lo sé en el sentido de que tal vez sean muchas. Intuitivamente supongo que lo son; incluyendo, como estimo que es el caso, a los asalariados de empresas públicas. Un asunto nada baladí considerando, porque esa es la realidad, que algunas de tales empresas compiten deslealmente con empresarios privados. Lo hacen desde el momento en que ocupan sus mismas parcelas de mercado, pero accediendo a ellas con dinero público. Es decir, con los impuestos de esos mismos empresarios a los que les quitan clientes u oportunidades. Ni es la primera vez que lo digo, ni soy el primero en decirlo: la diferencia entre los países que funcionan y los que, aun perteneciendo al mundo desarrollado, funcionan a trancas y barrancas, es sencilla. En los primeros las empresas mantienen al Estado mediante sus impuestos; en los otros, los empresarios han adquirido, progresivamente, el vicio de ser sostenidos por el Estado mediante subvenciones. Todo ello unido a que cualquier español prefiere, con muchísima diferencia, ser funcionario o empleado de alguna empresa pública, antes que trabajador por cuenta ajena en una mercantil privada. ¿Por qué? Pues por mucho. En primer lugar por el trato, con frecuencia prepotente, que reciben los empleados de las empresas privadas. Me lo iluminó hace unos años una señora, ya jubilada, que había trabajado de doméstica en Inglaterra. "Qué diferencia", decía. "En la casa de Londres cuando hacía algo mal me lo decían, pero jamás me sentí humillada". ¿Cuántas veces se transgreden en estos alrededores los derechos más elementales de los trabajadores? Acaso lo llevamos escrito en los genes. Sea como fuese, el asunto viene de atrás.

Basta retroceder un poco en la historia. Lo suficiente para situarnos en los instantes previos a la batalla de Trafalgar. Mensaje de Nelson a los marinos y marineros de su escuadra: "Inglaterra espera que cada hombre cumplirá con su deber". Mensaje de Churruca a los suyos: "Hijos míos: en nombre de Dios, prometo la bienaventuranza al que muera cumpliendo con sus deberes". Lo malo, lo dejó claro muchos años después Patton, es que las batallas no se ganan muriendo uno por su patria, sino haciendo que el enemigo muera por la suya. Pero, ¿qué hago yo hablando de batallas y de glorias militares en un país tan pacifista que ha convertido su Ejército en una ONG mientras le oculta a sus ciudadanos que las tropas enviadas a Afganistán en misión de pazzzzz se despachan a tiro limpio con los talibanes día sí, día no? En fin; creo que estábamos con el Cabildo de Tenerife y los 6.000 empleados.

Afirma también Ricardo Melchior que aquí es difícil avanzar porque cada vez hay más mediocres en cargos públicos. Desde luego que sí, aunque no estaría de más que citase algunos nombres; incluso corriendo el riesgo de no ser políticamente correcto. Conviene recordar, sin embargo, que todos los gobernantes de este país han sido elegidos por los ciudadanos. Acaso convendría empezar por educar a los votantes para que la próxima vez elijan mejor.

En definitiva, para triunfar no hace falta morir ni matar por la patria de nadie. Hace falta que cada uno cumpla con su deber. Y es deber de las administraciones establecer las condiciones necesarias para que los empresarios privados generen no sólo 6.000 puestos de trabajo, sino diez veces más. Mediocridades al margen, es de esa forma, y no engordando las nóminas con cargo al erario, como se combate el desempleo.

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