Un reportaje muy bien realizado, referido a la actualidad en 2010 de las Islas Seychelles. Hablamos de una nación denominada República de Seychelles; un archipiélago de 115 islas pequeñas -la mayor es Mahé-, con una superficie total menor que la del Archipiélago canario. Ese reportaje nos ha hecho llorar de pena. Un archipiélago situado en el océano índico, al noreste de la gigantesca isla de Madagascar, es una nación. Sus habitantes de habla inglesa, francesa y autóctona -gente amable y de color- son libres, soberanos y tienen, como la tienen los países que gozan de libertad, su dignidad puesta en sí mismos. Ni las Seychelles, ni ninguno de los países libres, tienen amos. No los gobiernan desde la distancia ni Rubalcabas, ni Zapateros, ni Rajoyes, ni Aznares, ni nadie que no sea de su propia gente. Cuenta con representación propia en los foros internacionales, y en sus relaciones con el mundo y lucen, orgullosamente, una bandera muy original. Su población es inferior en número a la canaria. El país es bellísimo, de paisajes y clima tropicales; de aguas aplaceradas y de instalaciones turísticas inmejorables que provocan el desconsuelo por no vivir en ese paraíso. Las Seychelles gozan de libertad porque se las dio un país civilizado, como es Gran Bretaña, en 1976, aunque no ha hecho lo mismo con las Malvinas. En fin, los canarios tenemos amos y tenemos lo que somos; lo que nos han hecho ser: apátridas, apáticos, aplatanados y mínimos ante el peninsular y ante el godo. Es decir, somos una pena.

Nuestra posición geoestratégica, nuestras riquezas, no son nuestras. Nosotros mismos no somos nuestros. Todo es de Zapatero. El hombre que vino como un virrey -y volverá- a exhibirse como el "Adelantado" de nuestros tiempos en la isla de Lanzarote. Qué pena que de una vez nuestros representantes no se planten y digan que Canarias quiere la libertad. Un grito de liberación colonial que ya va sonando en todo el mundo. Canarias exige dejar de ser explotada por los españoles y ser suya propia. Aspira a ser una nación con regidores propios que tengan limpias las manos y sean honrados. Es decir, Canarias y sus habitantes aspiran a todo lo que proporciona la soberanía, que es la libertad, la dignidad y, por supuesto, la recuperación de lo que hoy no somos. Hoy somos españoles postizos; canarios que hacemos el ridículo diciendo que somos españoles; actuando como si fuera un desdoro decir que somos canarios; permitiendo que nos metan en los recuadros de los mapas como hacen los españoles con nosotros. Qué disparate afirmar que somos españoles cuando estamos a 2.000 kilómetros de la capital de la Metrópoli.

Lo decimos con el ánimo de que la fe y la unión nos permitan, en poco tiempo, y a ser posible dentro de este mismo año, entrar definitivamente en el mundo de la gente libre. Para ello deben iniciarse las conversaciones entre un país que suponemos civilizado -España- y otro país -Canarias- que tenía su civilización y sus estructuras, pese a lo cual fue canallescamente invadido, esclavizado, vendido y robado por unos bárbaros que lo someten colonialmente desde entonces hasta ahora; es decir, durante casi seis siglos. ¿Por qué los dineros que descaradamente se ha llevado la Hacienda española en la campaña del IRPF de este año, y de todos los años anteriores, ha de ser de los españoles y no nuestro? ¿Para qué queremos a doña Ana Oramas en Madrid? ¿Por qué nos dejamos engañar con la palabra autonomía y la teoría de que tenemos un Parlamento y otras instituciones, cuando la pura y triste realidad es que en Canarias mandan los jefes españoles? ¿Limosnear un escáner es propio de autoridades autónomas o supone una súplica a nuestros amos para que nos den una dádiva?

La libertad llegará. Es irremediable. Es irreversible. Un día el Gobierno español se llevará una sorpresa porque será forzado por la ONU, y por el mundo entero, a iniciar negociaciones con genuinos representantes canarios -no los políticos que padecemos ahora sino aquellos que oportunamente se señalen- para establecer las condiciones del traspaso de poderes y de patrimonio. Y pasamos a otro asunto, siempre hundidos pero con la esperanza de salir a flote y respirar el aire libre de los humanos. No el de las branquias de seres irracionales.

Le damos toda la razón a Soria porque solamente está empleando la razón, es decir, la cabeza y no las vísceras, para racionalizar el gasto que causa el abuso de la proliferación evidente que padece el pueblo canario en cuanto a instituciones públicas y sus empleados innecesarios. Además, Soria sólo está desarrollando la idea nacional -nacida del Gobierno de la Metrópoli- de reducir la Administración y los municipios que la constituyen. Reducir, no eliminar del todo; sólo reducir. Nosotros, por nuestra parte, creemos que es tanto lo que se puede reducir en territorios fragmentados y pequeños, que hasta bastaría con un solo organismo en cada isla de nuestro Archipiélago para administrarla en estos tiempos en los que la electrónica, Internet y las comunicaciones en general son instantáneas, exactas e inteligentes. Más inteligentes que muchos políticos, que para hacer algo tienen que rodearse de un sinnúmero de asesores. No tiene la razón, a nuestro juicio, don Ricardo Melchior, presidente del Cabildo de Tenerife. Hace días decíamos de él que es un hombre de obras; un productor de su tiempo. Al igual que lo fue el impagable -el mal pagado lo denominó Leoncio Rodríguez- alcalde de Santa Cruz Santiago García Sanabria, cuando manifiesta que no hay que suprimir municipios sino mancomunar servicios. Esta expresión nos traslada a los tiempos del pasado. Es decir, a los tiempos de los trabajos inútiles e ineficaces. Lo que dice son palabras impropias de un hombre que está poniendo en marcha el NAP (punto neutro de acceso a Internet) porque se contradice. Hoy, lo repetimos, es Internet quien gobierna. Internet, como el ADN, son dos métodos idénticos en eficacia, rapidez y evidencia. A estas alturas, volver a hablar de mancomunar servicios es retornar a la noche de los tiempos. ¿Quién pone de acuerdo a una mancomunidad de servicios entre magos? Entre rencores, entre rencillas, yo más que tú, tú quién sos, primero yo, después yo, siempre yo y si sobra algo para mí. ¿Por qué la realidad no se impone y se tiene que mancomunar? Nos aclaramos: ¿por qué la realidad de la conurbación de Santa Cruz, La Laguna, Tacoronte, Candelaria, Tegueste y El Rosario no se impone? ¿Por qué despilfarrar el dinero? ¿Por qué encarecer la ejecución de obras? Los nombres de municipios, de villas, de muy ilustres, de ilustres, de ilustrísimos, de reales ayuntamientos quedarán impresos en placas, en rotulación de nombres, pero la eficacia es la que debe prevalecer.

Ha dicho don Ricardo con relación al tren que ya tiene las bendiciones de Fomento y de todas las fuerzas sociales y políticas. Confiamos en él por lo que hemos dicho acerca de que es un hombre de obras. Pero, ¿y si los ecologistas no quieren? ¿Si los canariones no quieren? Veremos qué tren sale primero. El inmensamente necesario de Tenerife, o el de juguete de Las Palmas; isla que carece de espacio hasta para construir los andenes. Bien por don Ricardo Melchior cuando dice que habría que reducir el número de concejales y diputados. Cada vez hay más mediocres. No hay necesidad de tantos cargos. Eso es una sangría. Es lo que está provocando las colas del hambre. En esas colas deberían estar los funcionarios. Acierta el presidente del Cabildo cuando dice que cada vez hay más mediocres en cargos públicos y estratégicos, y así no avanzamos. También tiene razón cuando afirma que el Cabildo es el auténtico motor de la Isla. Lo que ya hemos dicho: una sola institución puede gobernar la Isla a través de Internet. Y un aviso: como diría don Hilarión en la famosa zarzuela, hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Los pasos son de gigante. Municipios, dos o tres necesarios. Cabildos, uno en cada isla. Funcionarios, menos. Más Internet e informática; más su NAP, don Ricardo. Menos inutilidad manifiesta, o mejor, fuera toda. De ahí a la confederación de islas. O mancomunidad de Islas, como ya la hubo, que conformarían la república canaria. Que Canarias se convierta, como las Seychelles, en una república libre y soberana.