A LOS PERIODISTAS ESPAÑOLES que estos días realizamos una visita a Venezuela nos reprochan algunos las buenas relaciones que el Gobierno de Rodríguez Zapatero mantiene con el régimen de Hugo Chávez. "Al fin y al cabo, nosotros apoyamos a los españoles y nunca a Franco", me comentó, en una emisora de radio, un ex ministro de los tiempos de Carlos Andrés Pérez. No sé si la comparación era afortunada, ni si puede equipararse al populista y a veces folclórico Chávez con Franco, pero lo cierto es que, en ámbitos de la algo magmática oposición venezolana, a los españoles nos acusan de no habernos posicionado oficialmente contra el "caudillo rojo" que gobierna en el país.

Un famoso presentador y ex embajador, que tiene un programa estelar en la cadena antichavista Globovisión, se lamentaba de que España alienta apenas intereses económicos: cuando el ministro de Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos, visitó Caracas en julio, sólo habló de cuestiones económicas y de los empresarios españoles en Venezuela, te dicen. Uno responde que el papel y la obligación del jefe de la diplomacia de un país es precisamente velar por esos intereses económicos y por esos empresarios -algunos han visto sus empresas nacionalizadas-. No, por el contrario, dar lecciones de democracia. Una respuesta que, desde luego, no te granjea precisamente la popularidad entre según qué interlocutores. Pero es la verdad.

Pretender que Zapatero, en los viajes que Chávez o Evo Morales, por poner dos ejemplos, realizan a Madrid, reprenda sus conductas es utópico, y podría ser, además, inadecuado. Lo mismo que tratar de obligar a Moratinos a que condene "in situ" la dictadura, sin duda feroz, del ecuatoguineano Teodoro Obiang. No es ese, me parece, su papel, que probablemente corresponda más a los medios de comunicación o a los parlamentos.

España tiene vocación de mantener buenas relaciones con todos los países, independientemente de la ideología de sus gobernantes, he comentado en algunas entrevistas radiofónicas y televisivas que me han hecho aquí, en medio de un silencio desaprobatorio por parte de mis interlocutores. Pero sigo convencido de lo que digo, especialmente en el caso de los Estados iberoamericanos, a los que los españoles estamos especialmente vinculados por historia, lengua, creencias y por tantas otras cosas. También, obviamente, por los lazos económicos, por qué no.

Desde luego, el régimen bolivariano instaurado en Venezuela tiene aspectos preocupantes. O indignantes. O risibles, que el "caudillo rojo" -véase la que armó en la Gran Vía madrileña la pasada semana- no tiene complejos a la hora de hacer el ridículo internacional y nacional. Pero la verdad es que Chávez no es Obiang. Ni tampoco Franco, por supuesto. Lo que no quiere decir que, como periodista, no aborrezca, por ejemplo, los manejos de la "tele oficial", ese canal 8 desde el que se insulta y ataca sin ética ni estética a quienes se oponen o discrepan de la doctrina del chavismo.

Y, como periodista o como simple demócrata, es imposible aprobar la política constante de restricciones, censuras, vetos y amenazas que practican contra los medios discrepantes el Gobierno venezolano y sus adláteres, esos "camisas rojas" que tanto hacen por fraccionar el cuerpo social del país. La última medida: el Gobierno impone programas "en cadena" que obligan a emitir en todas las emisoras privadas cosas como ciertos discursos de Chávez. Y ya se sabe que, puestos a hablar, el presidente bolivariano no es precisamente parco.

Pero, por el momento, la crítica es posible, aunque la democracia sea leve. A veces, esa crítica se pronuncia incluso con tonos feroces. Claro que criticar no siempre resulta fácil cuando pende sobre tu cabeza la amenaza del cierre arbitrario de tu periódico o de tu emisora -y no siempre se explica muy bien por qué se produce un cierre, ni quiénes están amenazados por esta medida-.

Dirigentes de la Sociedad Interamericana de Prensa, que se reúne estos días en Caracas, denuncian un retroceso claro en la libertad de expresión de este país. Yo mismo he podido constatar este retroceso desde la última vez que visité la capital bolivariana, hace un año. Y creo la obligación de los profesionales de la información divulgar y denunciar las violaciones a la libertad de expresión. Sí, creo en la crítica total a los desmanes. Lo que no creo, la verdad, es que eso deba aconsejar un corte de relaciones diplomáticas, como nos piden los más radicales de nuestros interlocutores y algunos políticos que yo me sé allá en España.