La "turistización" de las ciudades ha sido motivo de análisis y titulares periodísticos en los últimos años. Este fenómeno, consistente en la progresiva transformación de los espacios urbanos para adaptarse a las demandas de los visitantes -en especial por la "colonización" turística de las zonas residenciales conforme avanza el negocio del alquiler vacacional-, tiene otra cara que es especialmente visible en Canarias: la "residencialización" de áreas dedicadas al turismo que, por diferentes motivos, albergan cada vez más población que vive en ellas.

Un equipo de investigadores -Moisés Simancas y Tamara Horcajada, de la Universidad de La Laguna, María Pilar Peñarrubia, de la Universidad de Valencia, y Rafael Temes, de la Universidad Politécnica de Valencia- ha publicado en la "Revista de estudios regionales" el artículo "La transformación de los destinos turísticos en ciudades: Análisis geodemográfico de las áreas turísticas de litoral de Canarias", en el que concluyen que casi la mitad de la población empadronada en los municipios turísticos de las Islas reside en las áreas turísticas de litoral. Se trata, además, de "un fenómeno en expansión": la tasa de crecimiento demográfico de las localidades turísticas es "muy superior" a la del resto, pese a que es en las no turísticas -zonas metropolitanas, sobre todo- donde se concentra la mayor parte de la población.

Uno de cada cuatro habitantes del Archipiélago -el 25,8%- estaba empadronado en municipios turísticos en 2015, mientras que cuatro de cada diez residentes en estas localidades -el 42,1%- vivían en sus zonas propiamente turísticas, las áreas de litoral. Aunque siete de los 19 municipios considerados turísticos perdieron población entre 2011 y 2016, la tónica fue al alza. De hecho, hay dos que, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, han multiplicado su volumen de residentes por cinco (Adeje) y seis (Yaiza).

Las áreas costeras de estas localidades sumaban 228.617 habitantes en 2016 -12.500 más que cinco años atrás, un aumento del 5,8%-, de lo que se deduce que más del 10% de la población de las Islas se asienta en una extensión de territorio que no supera el 2% del total.

El artículo -derivado de investigaciones encuadradas en los proyectos "Crisis y reestructuración de los espacios turísticos del litoral español", del Ministerio de Economía, y "ReinvenTUR 2.0", financiado por la Fundación CajaCanarias- detalla los distintos procesos por los que se residencializan las áreas en principio concebidas para el turismo y que se relacionan con la propia tipología de residentes.

Así, los hay que se instalan en estas zonas atraídos por las expectativas laborales, profesionales o empresariales, pero también quienes buscan "un nuevo estilo de vida", diferente de aquel en el que han desarrollado -o siguen desarrollando- su actividad profesional. Entre estos últimos se encuentran personas que conocieron el Archipiélago cuando lo visitaron como turistas. Esta es, señalan los investigadores, "una de las consecuencias directas de la fidelización del destino", puesto que la repetición suele conducir a la adquisición de una vivienda en el lugar donde se disfrutaron las vacaciones de forma reiterada.

La residencialización se produce por dos vías. La primera es la ejecución de nuevos edificios y complejos residenciales en espacios turísticos también nuevos, un proceso especialmente intenso durante las dos últimas décadas. La segunda forma representa "un hecho diferencial y una singularidad del modelo turístico canario": el cambio "incontrolado" del cambio de uso turístico a residencial en establecimientos que han quedado obsoletos y perdido rentabilidad. Han sido sobre todo los apartamentos los que han sufrido esta transformación, con cerca de 26.000 plazas extrahoteleras que se han convertido en viviendas.

Pese a que diferentes normas -desde la legislación autonómica al planeamiento urbanístico- han procurado contener el avance de las unidades residenciales en zonas consagradas al turismo para conseguir una especialización de áreas y una segregación de los usos, el hecho es que la "superposición, yuxtaposición e, incluso, imbricación" de ambos usos constituye "una realidad territorial evidente y contrastada en muchas zonas de las áreas turísticas de litoral", destacan los autores de la investigación.

Todos estos procesos han cristalizado en la convivencia de dos tipos de usuarios de las zonas turísticas muy diferentes y con necesidades igualmente distintas. Si en la "turistización" es la llegada de turistas a zonas urbanas o residenciales la que puede dar lugar a problemas -y a la conocida como "turismofobia"-, en este caso es el asentamiento de residentes el que genera "situaciones de conflictividad, incompatibilidad o disfuncionalidad", en especial cuando ambos usos coinciden sobre el mismo inmueble o sobre la misma parcela.

Mientras que los turistas demandan sobre todo recursos relacionados con el ocio, los residentes reclaman equipamientos e infraestructuras urbanos -centros educativos o sanitarios y aparcamientos- y se muestran incómodos con las molestias -ruidos- que les ocasionan los visitantes. Lo paradójico, en este caso, es que "protestan quienes no deberían residir en suelos turísticos".