Las gaviotas no paran de gritar, escandalosas, siempre al acecho de cualquier atisbo de comida: pirateándolo todo. Acompañan el cabeceo del barco como lo hacen las mismas olas, por las amuras, la proa o la popa, tan pronto el buque de recreo pone rumbo desde el puerto de Vigo hasta su punto de atraque en las Cíes, ese otro Archipiélago "chinijo".

Ubicadas en la boca de la ría, el conjunto que forman las islas de Monteagudo, O Faro y San Martiño representa una barrera natural que preserva la ciudad, sus barrios y el puerto de la crudeza de las mareas vivas y de los temporales atlánticos.

Este "rompeolas", al que en 1986 se le concedió la categoría de Parque Natural y que desde 2002, unos meses antes de la tragedia del "Prestige", fue elevado a la condición de Parque Nacional Marítimo Terrestre, junto a las islas de Ons, Salvora y Cortegada, brinda al visitante los tesoros de un lugar paradisiaco, apenas hollado por la huella humana.

Gracias a su nivel de protección (las visitas diarias se limitan a dos mil personas), el Archipiélago conserva ocho playas vírgenes de arena fina y blanca, como la de Rodas, considerada por el diario The Guardian como la mejor del mundo en 2007; también alberga comunidades de gaviotas patiamarillas cormoranes y pillarda papuda, aves rapaces, lagartos y fauna marina, como pulpos, chocos, congrios, sargos, doradas o cangrejos, entre otros.

Con todo, ni las Cíes escapan a las inevitables "especies" invasoras, eucaliptos y pinos, de una parte, o ciertos "humanos" que, aprovechando el vacío legal de otros tiempos, han mantenido propiedades privadas.

Habitadas por personal del Parque Nacional y con un servicio de "camping" como alternativa de hospedaje, quedan aún restos del pasado: viejos faros, el esqueleto de una fábrica de salazones, un pequeño cementerio, un horno de piedra, leyendas... y a lo lejos, la línea del horizonte.