La creciente preocupación de los consumidores hacia el bienestar animal se ha traducido, en el caso de la avicultura, en los compromisos adoptados por las superficies de distribución para vender solo huevos de gallinas criadas fuera de las jaulas. En Canarias, los ganaderos entienden estas exigencias de un mejor trato hacia los animales -no relacionadas con la calidad del producto-, pero advierten de las consecuencias que pueden tener y de las especiales dificultades que suponen en un territorio escaso y con un suelo agrario caro como es el Archipiélago.

Si la demanda de huevos de animales que viven en el suelo -dentro de los gallineros o al aire libre (camperas)- se extiende, "la producción local desaparecerá a medio o largo plazo", pronostica un avicultor de Tenerife que prefiere no dar su nombre. "Se pueden traer esos huevos de fuera o, si se quiere apostar por la producción local, habrá que tener en cuenta esos condicionantes", explica Manuel Redondo, responsable técnico de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos de Canarias (COAG-Canarias), quien agrega: "Los ganaderos son gente comprometida, pero igual no vamos a tener producción local".

El sector ya realizó una importante inversión para adaptarse a la normativa que, en el caso de las gallinas criadas en jaulas, obligaba a ampliar su espacio y a acondicionarlo. El descenso de la cifra de aves como consecuencia de la adaptación de los gallineros -en menos superficie caben menos animales- se tradujo en un drástico recorte de la producción. En el año 2011 se producían algo más de 36.000 docenas en las Islas, una cifra que se redujo a 29.400 en el siguiente ejercicio y que, desde entonces, apenas ha remontado. En 2016, último año con datos disponibles, la producción local ascendió a 30.200 docenas.

En este periodo, la importación de huevos se ha incrementado hasta casi doblarse entre 2011 y 2016. Si la producción local representaba casi el 85% de los huevos disponibles en el primero de esos años, ahora supone el 70%.

El trasvase de la actividad a los huevos de gallinas camperas o en el suelo implicaría una nueva inversión que el sector no está seguro de poder afrontar. "Haremos lo que demande la gente, que es lo que hemos hecho siempre, pero a lo mejor nos convertimos todos en mayoristas y traemos huevos de fuera", apunta el ganadero consultado por este periódico. La posibilidad de que un presumible incremento del precio compense el desembolso y un nuevo descenso de la producción no termina de convencer a este empresario, que recuerda que los precios tienden a regularse con el tiempo.

Según los cálculos del ganadero, "bajar al suelo" todas las gallinas que hay en la región -alrededor de 1,5 millones- requeriría de al menos seis millones de metros cuadrados, un suelo cuya adquisición sería poco menos que imposible. A ello hay que añadir, recuerda Manuel Redondo, de COAG, que el suelo agrario del Archipiélago es el más caro del país, con precios que multiplican por siete la media nacional.

Esa escasez de terrenos y su elevado coste constituyen un "factor limitante", admite el director general de Ganadería del Gobierno autonómico, David de Vera, quien, no obstante, se muestra convencido de que el sector, al que define como "bastante competitivo", se adaptará "poco a poco" a las nuevas demandas. De Vera recuerda que entre los ejercicios 2013 y 2015 se abonaron más de 850.000 euros de ayudas del Posei a la producción de huevos.