Como siempre, aunque con mucha menos tensión que otras veces, el pleno dio para una variada temática. Desde la alerta de García Ramos por el informe que censura la gran cantidad de leyes, normas y decretos a distintas escalas, a diversas preguntas sobre el hospital de Fuerteventura, la traumatología en El Hierro, la atención temprana, RTVC, el porcentaje de capturas de atún rojo, el polen y la falta de puntos informativos (hay 500.000 canarios alérgicos que suponen una repercusión económica anual de 2.000 euros por persona, según Podemos) o la financiación de carreteras, que NC teme que copaguen los cabildos. Sin embargo, una sesión en buena parte anodina dejó algunas perlas de política colateral dignas de realce, de contracrónica, vaya.

Para empezar, los intensos seis minutos iniciales entre Patricia y Fernando, otrora esa pareja que parecía casi idílica. Una pareja sorprendentemente unida y bien avenida pese a los temores previos de Clavijo, que se los trasladó a Oramas antes del pacto. Los hechos concatenados desde la censura de Granadilla que acabaron con aquel viernes 23 de diciembre, con aquella ruptura de tanta impotencia, sinrazón, motivos sobrantes y, al mismo tiempo, bastante cinismo, quedaron plasmados ayer en sus miradas recíprocas. A veces aliñadas de sonrisas más sarcásticas que irónicas, pero de claro resquemor acumulado y deudas pendientes. "Bienvenida a la Cámara", le espetó él.

Ya por la tarde, Román Rodríguez (probablemente el mejor orador de la Cámara por sus reflejos, perspicacia y capacidad dialéctica, por mucho rechazo que siga creando en muchos) lanzaba un barrunto poco original, pero con carga de profundidad. Por mucho que Asier Antona insista en su condición opositora o que diga que el partido se juega en Madrid, pese a la supuesta autonomía de la que hace gala, Román dio por hecho un pacto casi inminente en Canarias entre CC y PP, extendiendo el que tienen en el Estado. Antona reía irónico (él sí) desde su escaño y Australia Navarro emuló muecas, pero nadie lo negó de verdad.

Antes y después, Rosa Dávila dejó también sus joyitas. Primero, al reconocerle a Noemí Santana (Podemos) que sí, que ella, aparte de ser la mejor de la clase al cumplir el déficit o el techo de gasto, para alegría de Montoro y la UE, ya lo era en su etapa estudiantil. Etapa que, eso sí, Román no ve tan lejana al replicarle sobre trayectorias, experiencias y logros nacionalistas, al considerarla aún muy joven y llegada a esos anhelos soberanos mucho después que él.

Más tarde, y entre alusiones a los perfumes cuyos impuestos casi se evaporan, a Dávila le faltó regalarle uno muy aromatizado y enamorante a Curbelo. Sus elogios a su sabiduría y experiencia al pedirle a Román altura de Estado para apoyar los presupuestos del PP fueron dignos de la Torre del Conde, solo que con los papeles cambiados de la galantería clásica y sin el más mínimo atisbo sexista en una sesión, eso sí, muy edificante por las críticas a los disfraces y la violencia machista.