La isla de El Hierro ofrece un paisaje de incalculable valor como sus escarpados acantilados, el azul de las aguas del mar, las coladas de lava, los conos volcánicos, los bosques de laurisilva, la sabina, cuyas ramas bailan al ritmo del viento; el monte de pinar, el Faro de Orchilla, los pozos de Las Calcosas y de La Salud, el encanto marinero de La Restinga, los enigmas rupestres de El Julán o los Roques de Salmor, guardianes de los lagartos gigantes.

Pero para ver todo lo dicho y mucho más hay que visitar los diferentes miradores de El Hierro, entre los que destacan, por su importancia, seis desde los que la Isla impacta en la retina dejando en la memoria un recuerdo imborrable de estética, color y naturaleza.

Encabeza la lista de los miradores emblemáticos el de La Peña, sobre el que el artista lanzaroteño César Manrique levantó una espectacular obra arquitectónica. La antigua carretera que unía Valverde, la capital, con La Frontera, la población herreña con más vidilla, nos lleva a este lugar. Su construcción data de los años 80, ya que fue inaugurado el 17 de junio de 1989. Un edificio de piedra volcánica, como los jardines que lo rodean. Fue declarado Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento por el Gobierno de Canarias. Desde este balcón natural late en el visitante la majestuosidad del Valle del Golfo como protagonista.

Su proximidad al camino de La Peña dota al lugar de un importante contenido histórico-etnográfico, como punto de obligada afluencia a lo largo de la historia de la Isla, en el constante ir y venir que sus habitantes debieron realizar entorno a la ganadería. En la actualidad es el mirador más visitado.

A escasos kilómetros está el mirador de Jinama, del que parte uno de los senderos de igual nombre más antiguos de la Isla y que conduce hasta La Frontera. Una pequeña ermita en la que se venera a la Virgen de la Caridad se encuentra justo al inicio de este paso que comunica la región más fértil de la Isla con la meseta de Nisdafe, la misma que acoge el árbol sagrado del Garoé.

Las vistas desde el mirador de Jinama son impresionantes, aunque es un paisaje común para los herreños acostumbrados a "Las Mudadas", que era cuando prácticamente toda la población de la Isla se trasladaba al Valle del Golfo y llevaban con ellos todos sus enseres, a lomos de sus bestias, y sus animales (gallinas o cerdos). De esta manera, atendían los cultivos y el ganado podía parir con temperaturas más agradables.

El mirador de Malpaso está situado en el punto más alto de la Isla, por lo que es idóneo para ver panorámicas espectaculares y la isla de La Palma al fondo.

Es paso obligado del camino tradicional por el que se realiza la Bajada de la Virgen de los Reyes desde 1741.

Otro mirador con encanto es el de Bascos en la zona de El Rincón (La Dehesa), tierras comunitarias donde las vacas pastan libremente. Este lugar sigue siendo una cita obligada para el que desee conocer hasta el último rincón herreño.

Desde esta atalaya es posible divisar el pueblo de Sabinosa, el Balneario Pozo de la Salud, los caseríos de La Frontera y hasta los Roques de Salmor, en último plano. Si el día está despejado, en la foto también aparecerá el perfil de La Palma.

Si el visitante quiere un lugar privilegiado de observación lo tiene en el mirador de Tanajara, desde donde se puede ver todo el pueblo de El Pinar y su paisaje.

La ruta de los miradores la cierra uno próximo al pequeño pueblo de Isora. En medio de un frondoso pinar, sobre el Risco de los Herreños, está este balcón de Las Playas que ofrece unas vistas increíbles del mar en el Roque de la Bonanza, y que se asoma sobre una de las pocas zonas de baño de la Isla, lo suficientemente llana y con la cantidad de arena justa para que recibiera el citado nombre .

Un bello lugar elegido para levantar el Parador de Turismo, que se alza prácticamente solo ante el océano en una zona muy árida, que paradójicamente es también de las que más atrae a quienes prefieren conocer el terreno a pie.

También hay otros miradores menos conocidos, como el de El Lomo Negro o Isora, hasta donde llega el eco histórico del caserío de Guarazoca, nombre que recuerda al de la princesa bimbache que traicionó a su pueblo por amor, al revelar el secreto del Garoé, pero si por algo vale la pena visitarlo es porque aún se conservan antiguos lagares para pisar la uva y elaborar vino herreño, con el que el herreño brinda siempre por la hospitalidad.