Fuentes solventes me aseguran que la destituida gerente de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, la señorita Patrizia Hess, ganaba 56.000 euros al año. ¿Saben a cuánto ascienden las cuotas de los socios?; a 40.000.

Estamos ante un cálculo imposible de entender, aunque supongo que la Económica tendrá otros ingresos. Pero la guerra en la entidad está servida entre la anterior junta y la actual. Una guerra que va a traer mucha cola y va a dejar al descubierto mucho dato.

No es bueno que las doctas instituciones se enfrasquen en discusiones bizantinas. Y sí es menester que se impongan el diálogo y la cordura. Y que los trapos sucios y los escarceos de diversa monta se laven dentro para no manchar las historias impolutas. En realidad, nunca las historias son impolutas, pero cuando se lavan intramuros parece como si lo fueran. Así que yo les recomiendo una buena lavadora automática y pelillos a la mar.

Porque es una pena que el esfuerzo de tantos a cambio de tan poco se eche por la borda por unas peleas que nada tienen que ver con el saber ni la cultura ni la organización de la institución, sino con otros menesteres más prosaicos, como anunciábamos el otro día.

Hay gente que se empeña en complicarse la vida. La anterior junta, que evidentemente parece que hizo una buena labor, ya no está. Que la nueva funcione. Y que se explique por qué se ha prescindido de la gerente, la bien pagada gerente. Y también que se motive a los socios el porqué de una moción de censura contra el actual presidente, que lleva cuatro lunas llenas en el cargo. Como decía el cubano, ¿qué pasa aquí, caballero?

No se merece la Económica estos líos, por muy democrática que se quiera hacer ahora a la docta institución lagunera y tinerfeña, que tan buenos servicios ha rendido y rinde a la cultura y a la historia de Canarias. Es preciso que sus miembros pacten una salida airosa al conflicto y que no sigan, erre que erre, enfrascados en una batalla estéril.

Digo yo, porque esas batallas en las instituciones solo conducen a que los socios se mosqueen y dejen de pagar y a que los organismos oficiales retiren las subvenciones pactadas. Y eso no está bien. Hagan la paz y no la guerra; o, si quieren, hagan el amor y no la guerra, lo que parece ser más habitual en una institución forjada, sobre todo, en los últimos años, a base de mucho amor. Y a buen entendedor le sobran las palabras.